278 · Vamos a dejar algo claro (otra vez). Los banqueros, los grandes empresarios o accionistas, muchos políticos corruptos, etc., son malos, muy malos, por egoístas, por importarles un cuerno las miserias de la gente, por explotar a la gente, por traicionar a la gente, etc. Porque sólo ven dinero (o mejor dicho, ven números con muchos ceros en la pantalla del ordenador, cuando revisan sus cuentas). Gentuza.
¿Pero qué pasa con la gente de a pié? ¿Somos sólo bondadosos corderitos? Pues no. Los habitantes de los "países desarrollados" somos, por lo general, unos sinvergüenzas.Callamos como perras para que esos de arriba hagan por nosotros el trabajo sucio. No somos ricos, pero vivimos de puta madre, en general, si nos comparamos con los esclavos del mundo, que pueblan los países pobres o en desarrollo. Ellos están verdaderamente jodidos, porque no disfrutan en modo alguno de la explotación de la que son víctimas. Pero nosotros sí lo disfrutamos, y tanto. Cualquiera de nuestros armarios está a rebosar de ropa. Nuestras casas están a rebosar de electrodomésticos y demás morrallas. ¿Por qué? Porque podemos comprar esos productos a precios muy asequibles. ¿Por qué? Porque son fabricados por ahí, por negros, indios o chinos en condiciones de escalofrío. Nada de esto es un secreto. Todos lo sabemos o, seguro, todos lo deberíamos saber. Cada vez que consumimos algo de una multinacional, colaboramos con esta maquinaria del infierno. "Yo no exploto a nadie", decimos. Porque los de arriba lo hacen por nosotros, para que podamos consumir agusto. Es nuestro consumo el que sostiene la máquina en marcha. Hay que tomar verdadera conciencia de lo hijos de puta que somos al mantener esta situación. "No nos dan alternativa", decimos. ¡Y un cuerno! La alternativa es vivir de otra manera. Sintámonos culpables y empecemos a vivir de otra manera (y a educar de otra manera a nuestros hijos). Si no lo hacemos, al menos deberíamos dejar los ojos de cordero, y deberíamos poner cara de cabrones, que es lo que somos.
Esto lo dirijo especialmente a quienes piensan que el objetivo es "salir de la crisis", lo cual quiere decir: "recuperar nuestro nivel de vida y privilegios", de los que gozábamos antes de la crisis (2008). Mal. El objetivo está allende nuestras fronteras. También está dentro, cada vez más, pero aún más fuera. El objetivo está cada vez más descentralizado, globalizado. Hay que pensar y sentir globalmente. No debemos recuperar nuestro viejo nivel de vida, sino cambiar totalmente el rumbo de nuestras conciencias. No tener el consumo como objetivo. No depositar nuestro bienestar en el consumo. No ser responsables de las miserias ajenas. ¡Qué menos! Dejar de ser unos sinvergüenzas. Empecemos por sentirnos culpables, porque lo somos. "Yo no tengo culpa de haber heredado este mundo". Cierto. Pero tienes culpa del mundo que vas a dejar en herencia. "¡Eso es un tópico!". Lo es. Y además es verdadero.
279 · Parece un atentado hablar en contra del Liberalismo. Claro, ya que bajo ese nombre se reconoce la defensa de la Libertad. ¿Cómo hablar en contra de ello? Cualquier alternativa que propongamos, si es contraria al Liberalismo, será calificada de totalitaria o dictatorial, y, si no, de anárquica. Que debemos defender las libertades individuales del ser humano es harto evidente. La mayor parte de los principio liberales son, a mi modo ver, buenos. Principios como la libertad de expresión o la libertad religiosa son, para mí, incuestionables. Sin embargo, no me parece aceptable la libertad de aprovecharse de otros. Cuando el Liberalismo se extiende a lo económico, todo el sistema de libertades se prostituye. El problema del Libre Mercado no está en el modo en que establece los precios de las mercancías, sino en el hecho de incluir el trabajo humano como una mercancía más, expuesta al libre vaivén de la oferta y la demanda. Abrazar la libertad de ponerle precio a nuestro trabajo es como un pez que se muerde la cola. Ello se convierte en un pasaje directo hacia la explotación y la esclavitud, esto es, hacia una falta real de libertad, donde nuestra vida solo cumple el papel de servir a los intereses de otros.
280 · Existe la posibilidad de acercarse a los textos (pienso especialmente a los filosóficos) como si fueran "fenómenos enigmáticos". Con esto quiere decir que podemos acercarnos a los textos olvidando por completo a su autor y olvidando por completo el contexto del cual procede. Es como si un arqueólogo encontrara en una excavación un artefacto complejo y extraño. Lo menos importante sería datarlo o investigar quién lo diseño. Evidentemente, lo más importante sería descubrir su funcionamiento. Tampoco sería relevante investigar para qué fue útil en el pasado; lo relevante sería pensar para qué podría sernos útil hoy. Tampoco es importante aprender a usar el artefacto tal y como fue usado, siguiendo las pautas de su diseño; el artefacto, existiendo ante nosotros aquí y ahora, puede estar abierto a nuevas e imprevisibles interpretaciones. Darle una nueva interpretación, distinta a la que le dio origen, no es, en modo alguno, mancillar el artefacto, ni traicionar a su diseñador. Es solo darle sentido a algo que no lo tiene, independientemente de que alguna vez tuviera otro distinto. De ahí que la tarea hermenéutica sea inagotable.
281 · En general, todas las partes de la discusión política están de acuerdo en algo fundamental. Comparten toda una serie de significantes que representan el "valor" al que todos aspiran. Por ejemplo, todos estarán de acuerdo en que el objetivo es conseguir una sociedad justa que permita el mayor grado de libertad, de bienestar y de progreso. "Justicia", "libertad", "bienestar", "progreso"... son significantes con los que, en general, todas las posturas se identifican. Al menos, solo estamos dispuestos a tomar en consideración aquellas que tienen estos significantes como bandera.
El problema está, naturalmente, en que solo son significantes que cada postura llena de una manera determinada. El concepto de "Libertad" que manejan los liberales no se identifica con los conceptos socialistas, ni estos con los anarquistas, etc.
Aún así, no podemos pensar que los significantes están completamente vacíos. Cada significante puede ser llenado con diversos significados, pero estos nunca son aleatorios. Por supuesto que la relación entre un significado y un significante es convencional, y podemos así convenir un significado arbitrario (por ejemplo, podemos pactar usar "libertad" en lugar de "altura", y decir: "El Cervino mide 4.478 metros de libertad"). Pero, claro, el lenguaje real no se funda por medio de pactos, sino que se funda "por sí solo". Las palabras tienen una historia y una latencia. Nos vienen dadas. Los significantes vienen siempre acompañados del sabor de su contenido. Aunque podamos reconocer varios conceptos de "Libertad" dados por diferentes ideologías, todos ellos apuntan hacia algo común. Por supuesto, en filosofía tiene perfecto sentido plantearse la pregunta: "¿Qué es la libertad?" o "¿Qué es la justicia?", etc. Tales preguntas señalan hacia eso común que aspira a ser "descubierto". Cuando digo que las preguntas señalan hacia eso común, me refiero precisamente a las preguntas, y no a las respuestas que pudiéramos dar. Las respuestas solo pueden llenar el significante con un significado, lo cual no impedirá que éste pueda llenarse de otro modo. Toda respuesta es y será demasiado particular, demasiado cerrada. No así las preguntas. Las preguntas, de hecho, contienen y muestran el significante en bruto, abierto, pero no vacío del todo. No está vacío del todo porque el significante nunca lo está. Si estuviera vacío del todo, la pregunta "¿Qué es la libertad?" sería idéntica a la pregunta "¿Qué es la justicia?", e idénticas ambas a cualquier otra pregunta de este tipo. Si no son la misma pregunta es porque los mismos significantes contienen o apuntan ya hacia cierto contenido, el cual debería latir en toda posible respuesta. Y lo que es seguro es que los significantes vienen de lejos, planeando sobre todas las épocas de las que tenemos registro escrito.
282 · Esta tesitura volvió del revés a Nietzsche y también a Hegel. Ambos sintieron la necesidad de mirar hacia atrás, hacia el "origen". El método genealógico empleado por Nietzsche responde, sin duda, a esa necesidad: rastrear el sentido original de las palabras era clave para entender el significado que de suyo trae el significante, significado que habría sido paulatinamente alterado a base de usarlo metafóricamente. Y la fenomenología de Hegel representa la búsqueda de esa "unidad" que late en la diversidad de la Historia, la unidad que, desde su origen, hace del tiempo un TODO. Ahora bien, en ambos casos, queda cancelada la posibilidad de rellenar ahora el significante de forma definitiva, pues el "ahora" es siempre demasiado particular. Siguiendo a Nietzsche, lo más que podemos hacer es engendrar una nueva metáfora. Siguiendo a Hegel, podríamos llegar a comprender de forma completa nuestro presente, rastreando la dialéctica que ahora nos atraviesa, pero jamás podríamos saber qué deparará el futuro. Naturalmente, no se puede predecir una metáfora.
283 · A lo que quería llegar con el punto anterior, es a que carece de sentido responder a preguntas del tipo "¿Qué es la libertad?" o "¿Qué es la justicia?", pues el significante seguirá latiendo después de morir nosotros, y nuevas metáforas lo llevarán a otros lugares (como un barco a la deriva movido por el viento). Podemos, eso sí, quedarnos con las preguntas, como recordatorios de esa incesante apertura. Esto debe permitirnos recordar, al mismo tiempo, que los significantes apuntan hacia un fondo común y original. Este quizá no puede expresarse (cualquier expresión sería solo una metáfora), pero debemos sentir que está ahí. Justicia, libertad, bienestar, progreso... constituyen, sin duda, un mensaje universal. Representan, en mi opinión, el horizonte que la humanidad ansía desde el origen de las sociedades. Sentimos el peso de tales significantes. Son los testigos de una auto-exigencia que la humanidad nunca ha visto cumplida, pero que sin duda desea desde lo más profundo de su ser.
Si esto fuera así, si efectivamente la humanidad tiene un "destino" al que aspira por origen, entonces las diferentes posturas políticas deben aspirar a él. Todas deben aspirar a lo mismo: a la justicia, a la libertad, al bienestar, al progreso (y no tomaremos en consideración aquellas que no lo hagan). De hecho, ya que todas se apropian de los mismos significantes, ello demuestra que persiguen lo mismo, aunque lo estén entendiendo de diferente manera. Aunque crean no querer lo mismo, si lo quieren.
¿En qué se diferencian entonces?
Se diferencian en que cada postura propone un método particular para llegar a ello, esto es, una realización particular de la misma utopía. Unos piensan que mediante cierto estado de cosas, se conseguirá la libertad, y entonces cometen el error de identificar "libertad" con la consecución de ese estado de cosas. Otros piensan que el progreso debe consistir en cierto camino (quizá incluso decreciente), y cometen el error de definir de tal forma "progreso". Así, la discusión se introduce plenamente en el ámbito del puro lenguaje: se convierte en una discusión terminológica escondida bajo el disfraz ideológico (la "ideología", claro, no es otra cosa que el modo de llenar el significante, y la discusión se traslada aquí, al lenguaje). Discuten, por ejemplo, sobre qué es la libertad: cada uno cree tener la respuesta, pero en verdad TODOS la tienen y no la tiene NINGUNO. No hay "verdad" ni "falsedad" en el ámbito meta-lingüístico (Wittgenstein). Una definición no es ni verdadera ni falsa. Puede corresponderse o no con cierto "uso", pero éste no es ni más ni menos "verdadero" que otro uso posible. Una discusión terminológica nunca va a llevar a ningún sitio. Antes bien, no empezaremos a caminar mientras no zanjemos (disolvamos) la discusión terminológica. No digo que debamos seguir discutiendo hasta lograr una conclusión que plazca a todos. No. Digo que hay que zanjar la discusión sin más, olvidarse de ella, y centrarse en el hecho de que existe un fondo común que nos une, y que se pone de manifiesto en le hecho de perseguir los mismos significantes.
284 · Los significantes no son simples piedras. Son como estatuas de la antigüedad más remota. Son torsos de dioses y diosas desmembrados y sin cabeza (relacionar con Rilke: "Torso arcaico de Apolo").
285 · La ideología hace una posible reconstrucción de los "torsos", imaginando para ellos un rostro, unos brazos y unas manos que sujetan objetos o símbolos particulares, unas piernas y unos pies que pisan diferentes superficies o cuerpos...
286 · Tener la aventura como la fuente primordial de conocimiento; no el estudio, ni la investigación, sino la AVENTURA. Esto debe aportar algo importante a la expresión "aventura del conocimiento".
287 · Se me ocurren dos formas generales de aproximarse a la ética o de entender nuestra "responsabilidad" como seres éticos (seguro habrá más, pero se me ocurren de base estas dos). A una la voy a llamar "ética griega". A la otra, "ética cristiana". El punto de la distinción se halla en la relación que cada una establece con la noción de "conocimiento" o de "conciencia".
Efectivamente, la "ética griega" será aquella que introduce el conocimiento como una actividad ética o, mejor dicho, como la actividad ética primordial: para hacer el bien has de saber qué es el bien. Para adecuar tu comportamiento a cierta naturaleza, has de conocer primero esa naturaleza. Para alcanzar la virtud, has de lanzarte a la aventura del conocimiento. Esta ética incluye así la responsabilidad de conocer, de tomar verdadera conciencia del mundo, del ser humano y de uno mismo, para comportarse en base a ese conocimiento alcanzado. Esto da sentido, también, a la expresión: "sólo el conocimiento nos hará libres". Quien carece de conocimiento puede estar haciendo el mal sin darse cuenta y sin quererlo. Sólo al tomar conciencia verdadera de lo que hacemos somos libres de elegir seguir haciéndolo o detenernos de inmediato. La "ética griega" dice, pues, que es responsabilidad de cada uno el esforzarse por conocer y por tomar conciencia, pero también debemos apuntar hacia la responsabilidad social de la Educación: es ésta la que debe inculcar en los niños el espíritu crítico y la motivación por el conocimiento, pues solamente eso producirá ciudadanos libres y capaces de hacer el bien.
Ya puede imaginar uno en qué consiste la "ética cristiana". En oposición a lo anterior, ésta se sostiene en una famosa sentencia de Cristo: "Perdónales, Señor, porque no saben lo que hacen". Esta sentencia quiere eludir la responsabilidad del conocimiento o de la toma de conciencia. Esta ética funciona al margen del conocimiento y se instaura en un nivel de conciencia no-consciente, en un condicional inmaterial. No importa lo que creas ni, por tanto, lo que hagas. Lo importante es lo que harías en caso de conocer la verdad. De hecho, la "ética cristiana" puede negar por completo el acceso humano a la verdad ("los caminos del Señor son inescrutables"), y va a juzgarnos solo en base a cierta "conciencia interior". Lo que realmente sepa cada uno no importa aquí. Lo que importa es lo que uno haría en caso de saberlo. Por supuesto que no hay modo de saber qué haría uno en ese caso, de modo que no hay modo alguno de juzgar a nadie (aquí se inscribe, claro, el "no juzguéis y no seréis juzgados"). En la "ética cristiana" solo Dios está en posición de juzgarnos como seres éticos, y por ello esta ética se consuma en un "juicio final" que solo Dios está en posición de presidir. Lo importante es apreciar que este ética que llamo "cristiana" se da también sin necesidad de ser cristiano y sin necesidad de creer en Dios. Se da, sencillamente, cuando uno asume que, si bien existe un juicio ético (se puede ser "bueno" o "malo"), nadie está en posición de juzgar a otro moralmente hablando, o sea, que la ética se desenvuelve en un plano interior, de cada cual con su propia conciencia (o con su propio Dios). Ser "bueno" consiste en tener la conciencia tranquila, aunque seamos unos ignorantes. Por pura ignorancia, mis acciones pueden hacer mucho daño a los demás, pero eso no quiere decir que yo sea "malo", ya que, en verdad, si supiera que estoy haciendo daño a alguien, dejaría de hacer lo que hago; así que soy "bueno" (no de acto, quizá, pero sí de espíritu). Nadie puede juzgarme éticamente por no saber lo que no sé, pues uno, en principio, sabe lo que las circunstancias le han permitido saber. Esto, claro, es una forma de exculpar de base a todo el mundo, con esa tópica sentencia de que "en el fondo, todos somos buenas personas". Es habitual el ejemplo del joven delincuente de un barrio marginal: "no es malo -decimos-, simplemente ha visto lo que ha visto; en otras circunstancias no haría eso que hace". Así, entonces, el plano de la ética no se halla nunca al nivel de los hechos o de las acciones reales, sino que permanece en el plano de la conciencia o del "alma". Uno es "bueno" o "malo" al margen de lo que haga. No es un juicio que podamos hacer nosotros sobre los demás, sino que sólo uno mismo puede hacerlo, ante el tribunal de su propia conciencia (o ante Dios). Y lo que juzgamos no es al sujeto que anda sobre la tierra, sino al "sujeto interior".
288 · Ahora, mi idea es que ambas visiones de la ética son importantes. Ambas aportan algo. Creo que debemos esforzarnos por ver el modo en que se complementan (en lugar de oponerse).
Lo primero de todo, es que ambas reconocer dos niveles en la ética, y cada una da prioridad a uno. Estos dos niveles son, de un lado, los "actos materiales" y, de otro, la "conciencia interior". La "ética griega" prioriza los actos: es "bueno" quien actúa en base al bien, quien "hace el bien" o, al menos, quien "huye de hacer el mal". La "ética cristiana" prioriza la conciencia interior: es bueno quien tiene la conciencia tranquila, haga lo que haga. De primeras, cabe pensar que la griega es más "realista", pero no es así. De hecho, la ética cristina es, de primeras, más realista respecto al conocimiento, ya que éste no será nada distinto a una acción material: hago lo que hago porque sé lo que sé, y sé lo que sé porque vivo donde vivo, etc. La ética griega está, también de primeras, dispuesta a juzgarnos por nuestra ignorancia, como si saber cosas y conocer cosas no dependiera de las condiciones materiales en las que vive el sujeto. Estando en mi posición (ciudadano medio con formación universitaria), es fácil exigirme a mí mismo el conocimiento; pero si yo hubiera nacido en un barrio marginal, sin oportunidades de educación y formación, ¿me lo seguiría exigiendo? Así, en efecto, para que la ética griega vuelva a ser realista, debe hacer responsable a la propia sociedad, a la educación que los sujetos reciben. Por tanto, también la ética griega exculpa a todos, hagan lo que hagan y sepan lo que sepan.
Entonces, la primera gran idea que ambas éticas tienen en común, es que ambas subrayan el carácter material del conocimiento (es decir, lo convierten en un "acto"); además, ambas indican que existe una relación entre estos "actos cognitivos" y los actos que habitualmente juzgamos (es decir, ambas concuerdan en que lo que hacemos está relacionado con lo que sabemos); y, por último, lo más importante, ambas están dispuestas a exculpar al sujeto, por no poder hacerle completamente responsable de lo que sabe ni, por tanto, de lo que hace.
Lo interesante ahora es ver el modo en que su oposición se manifiesta en torno a ese punto común. La "ética griega" tiende a exculparnos haciendo responsable a la sociedad, a la educación. La "ética cristiana" tiende a exculparnos haciendo responsable a nuestra "alma", a nuestra "psique" más interior, esto es, también, a nuestro subconsciente, a nuestros instintos (a todo eso de nosotros mismos que, sin embargo, escapa a nuestro "control"). Esto es interesante porque, según creo, entre las dos están demarcando nuestro lugar en el universo de la ética, esto es, nuestro lugar como "seres éticos" (y esto, de algún modo, nos ubica como seres humanos). En ese gesto de exculparnos, ambas éticas están advirtiendo que la ética consiste en un juego de "responsabilidades". El juicio ético recae sobre los "responsables". ¿Cuál es, entonces, nuestra responsabilidad? Esta es la pregunta que deberíamos responder para ubicarnos en el plano de la ética. La confrontación de las dos éticas anteriores suscribe que nos hallamos en el linde entre una sociedad que nos incita desde fuera (educación) y una psique que nos incita desde dentro (instintos). El dilema ético se constituye como el "nudo gordiano" de estos dos torrentes que cercan nuestro espacio vital y nos zarandean entre el bien y el mal. Y ello permite ver con claridad que la ética se condensa en el nudo de lo individual y lo colectivo.
289 · Hasta aquí, lo que nos hace "buenos" o "malos" resulta de la confluencia de estos dos factores que escapan a nuestro control, esto es, como si fuéramos marionetas. La ética griega nos dice que sólo seremos buenos si somos educados en una sociedad que nos permita serlo. La ética cristiana nos dice que sólo seremos buenos si nuestra psique más interior (nuestro "alma") lo es. Esto hace suponer que hay buenas y malas sociedades (sociedades que educan bien o mal a sus individuos), y que hay buenas y malas "almas" (humano cuyos instintos les impulsan hacia el bien o hacia el mal).
Nótese que, tomadas en su confrontación, ambas valoraciones son excluyentes. Para la ética griega, no importa que tengas una buena alma; si te educan mal, serás malo. Para la ética cristiana es al revés: no importa cómo te eduquen, serás bueno si tus instintos lo son. Pero esto no hace sino dejarnos a nosotros fuera de juego, justamente, como si fuéramos puras marionetas, empujadas por nuestros instintos sobre unos raíles impuestos por la educación social que recibimos. Ambas éticas nos excluyen del juego, pero siguen dispuestas a juzgarnos, en base a algo que no está realmente en nuestras manos, por algo de los que no somos "responsables": la sociedad nos viene dada, tanto como nuestros instintos nos vienen dados.
En este punto, sin embargo, parece que el peso de lo instintivo no es comparable al peso de lo social, en tanto que lo primero (la base de instintos) parece intocable, mientras que lo segundo (la sociedad) se presta a infinitas modificaciones. No podemos alterar la naturaleza humana, pero sí podemos cambiar la sociedad. Por eso la ética griega tiende puntes hacia el pensamiento político (posibilidad de dirigir la sociedad hacia el bien), mientras que la ética cristiana abre canales por el epicureismo, el ascetismo, el existencialismo, etc. (dirigidas a los "cuidados del alma"). Pero, si esto es así, entonces suponemos que esa naturaleza humana no es del todo intocable o, al menos, no es incontrolable por completo. De hecho, tendemos a pensar que la educación social consiste, precisamente, en proporcionar ciertas pautas que sirvan de "control" sobre los instintos; pero sin olvidarnos de que la propia emergencia de pautas de control es una actitud instintiva en los seres humanos (que por naturaleza somos una especie de animales gregarios). No sólo debemos contar entre los instintos aquellos de carácter "egoísta", vinculados al deseo de satisfacer necesidades fisiológicas, como el hambre, la sed o el impulso sexual, ni debemos ver en el instinto sólo los gestos violentos o destructivos; la mansedumbre, la amabilidad, la hospitalidad, la fraternidad, la cooperación, incluso el impulso de sacrificarse por otro..., también son instintos que brotan de la naturaleza gregaria del ser humano. Así, es posible que la sociedad esté siempre abierta a modificaciones, pero lo cierto es que, uno, siempre serán el producto de un fondo instintivo, y dos, también los instintos se abren a modificación o a "control" por parte de lo social. O sea que, la sociedad está "controlada" por los instintos, y los instintos son "controlados" por lo social.
Todo esto está poniendo de relieve una mutua dependencia de las dos éticas que debatimos: la ética griega presupone a la ética cristiana, y viceversa. De entrada, esto hace que la ética, en su conjunto, se reconfigure, convirtiéndose en un juego de "controles" (y no ya tanto de "responsabilidades"). Zarandeados entre nuestros instintos y las pautas sociales, no tiene ningún sentido el juzgarnos como "bueno" o "malos" en base a una responsabilidad que no tenemos. Nada nos hace a nosotros ni "buenos" ni "malos". El problema de la ética no tiene que ver con ese juicio. Si la ética tiene un juicio (parece inevitable la distinción entre "bueno" y "malo"), éste debe recaer sobre el propio "nudo gordiano" de nuestro fondo instintivo y nuestra sociedad. Hay pautas sociales buenas, y otras malas; y hay instintos buenos y otros malos. Pero, ¿"buenos" o "malos" en relación a qué?
Esta última pregunta nos introduce en una especie de circularidad. Los instintos son buenos o malos en relación a nuestra proyección social (según favorezcan la buena vida social o, por el contrario, la disturben); y las pautas sociales son buenas o malas en relación a nuestro fondo instintivo (según satisfagan o no nuestros buenos instintos). Son los instintos quienes juzgan a la sociedad, y es la sociedad quien juzga a los instintos. Nosotros siempre quedamos en medio como peleles; a no ser que asumamos el rol de "diseñadores".
El problema ético debe consistir en saber qué instintos deben ser controlados por qué pautas sociales, y qué pautas sociales deben ser controladas por qué instintos. Debemos dejar que la sociedad controle ciertos instintos, pero también debemos dejar que otros instintos controlen a la sociedad. Así, el problema ético implica al pensamiento político, en tonto que se trata de diseñar un modelo de sociedad que controle los instintos "malos"; pero también implica al "cuidado del alma", en tanto que ese diseño social debe brotar de nuestros instintos "buenos". Es un problema de diseño y de metodología en ese diseño. No puede asumirse una metodología estrictamente racional, por cuanto la razón está embargada por el universo del lenguaje, y éste es una entidad social que ya está ejerciendo su control; es eso que llamamos "sentido común" (que es común sólo a un grupo de personas, que comparten un lenguaje y una forma de vida). En la medida en que posea un contenido, el diseño racional nunca será "inocente", nunca es "neutral". Tampoco debemos dejar todo en manos del puro y descontrolado instinto, ya que éste incluye demasiados impulsos egoístas que llevarían el diseño a pique. Parece claro que debemos dejar hablar a todo: a nuestra racionalidad social (sentido común) y a nuestro fondo instintivo (llámese también "sensibilidad" o "intuición"). Incluso es posible que podamos demarcar sobre qué puntos debe hablar cada cosa: a la hora de valorar las pautas sociales, dejamos hablar a los instintos; a la hora de valorar los instintos, dejamos hablar al sentido común (al lenguaje racional que lleva consigo el sello de las pautas sociales, como si fuera la propia voz de la sociedad). Parece adecuado que sea la sociedad quien juzgue si cierto instinto es "malo" y hay que controlarlo, o si, por el contrario, es "bueno" y hay que dejar que participe en el diseño social; y también parece adecuado que sea nuestra propia sensibilidad la que nos indique si cierta pauta social se está sobrepasando, o si, por el contrario, es adecuada para el fomento de nuestros buenos instintos.
Pero todo esto entraña, en efecto, la circularidad. Si ahora mismo vivimos en una sociedad "mala", esto es, que aún no controla adecuadamente nuestros "malos instintos", porque tampoco se deja controlar a sí misma por nuestros "buenos instintos", ello quiere decir que tampoco nuestros instintos son aún "buenos", ya que no existe aún la sociedad que los controle adecuadamente. El problema es exactamente idéntico al de "¿quién vigila al vigilante?", e idéntico al cuento del huevo y la gallina. Para poder fiarnos de nuestros instintos a la hora de valorar la sociedad, antes la sociedad debe ser buena, para que controle nuestros malos instintos; y a la inversa, para poder fiarnos de nuestra sociedad (de nuestro sentido común) a la hora de valorar nuestros instintos, antes los propios instintos deben ser buenos. Si no somos buenos, no vamos a poder diseñar una sociedad buena; y si no tenemos una sociedad buena, no podemos ser buenos. No podemos cambiar la sociedad sin cambiarnos antes a nosotros mismos, ni podemos cambiarnos a nosotros mismos sin cambiar antes la sociedad. ¿Cómo afrontamos, entonces, nuestra tarea de "diseño"?
Naturalmente, lo que este bloqueo nos indica es que deberíamos asaltar a los dos frentes a la vez, y a de ser un asalto completamente "inesperado". Cuando Alejandro Magno llegó a Asia y se enfrentó al "nudo gordiano", no intentó deshacer el nudo, sino que lo cortó con su espada. Hay problemas cuya solución implica saltarse las reglas del juego. Debemos forzar un desequilibrio en la oposición de los instintos y el sentido común de la sociedad.
Naturalmente, lo que este bloqueo nos indica es que deberíamos asaltar a los dos frentes a la vez, y a de ser un asalto completamente "inesperado". Cuando Alejandro Magno llegó a Asia y se enfrentó al "nudo gordiano", no intentó deshacer el nudo, sino que lo cortó con su espada. Hay problemas cuya solución implica saltarse las reglas del juego. Debemos forzar un desequilibrio en la oposición de los instintos y el sentido común de la sociedad.
Pero, tarde o temprano, habría de surgir la conciencia, el pensamiento reflexivo, que nos hace tomar nota de quiénes somos, de dónde y de cómo vimos. Tomamos distancia de nuestra propia animalidad y nos vemos libres de ella. Y soñamos que las cosas podrían ser de otra manera. Y sabemos que podrían ser de otra manera. Que todo reside en la cultura. Que hay una cultura animal, brutal, en la que vivimos sumergidos desde los orígenes de nuestra especie. Por más máscaras que se le hayan puesto, por más ropas y maquillajes con la que haya sido adornada, hasta los límites de la sofisticación, hasta lo que en apariencia no podría ser ya más artificial, todo el tiempo por debajo ha estado el animal empujándonos, tanto a los hombres como a las mujeres, manteniendo entre los machos las luchas de poder, y manteniendo a las hembras en la docilidad del hogar, al cuidado de los hijos; configurando así, a lo largo y ancho del globo, formas de vida tan crueles como las más crueles de la naturaleza, profundamente injustas y egoístas, y machistas. Y todo ello como sin darnos cuenta, por nosotros mismo maquillado para no reconocerlo, para no pensarlo, ni hombres ni mujeres, para hacer intocables los diseños que la naturaleza imprimió en nosotros. Sí, en nosotros la naturaleza ha llegado al más alto grado de sofisticación, sin dejar de ser naturaleza, pues eso somos, pues naturaleza es todo lo que existe.
El feminismo es, por ello, y con toda propiedad, un humanismo. Se desprende de la idea de la humanidad, no ya como especie, sino como categoría existencial propia y autónoma, independiente de la naturaleza animal, pero no aún emancipada de ella. Y esa es la utopía y el reto del humanismo: dejar de ser los hombres y mujeres que somos, sometidos a la cultura que brota de nuestra animalidad irreflexiva, y convertirnos en diseñadores y creadores de culturas verdaderamente humanas, netamente humanas, de donde nazcan formas de vida acordes a esa humanidad emancipada, consciente de sí misma, capaz de establecer sus propias reglas, sin verse sometida más a los designios de la brutal naturaleza, y donde sean realmente posibles la libertad, la igualdad y la fraternidad (no por casualidad el movimiento feminista propiamente dicho comienza en la Ilustración).
Quede claro, entonces, que el enfrentamiento de feminismo y machismo no es el enfrentamiento entre hombres y mujeres, sino que es el enfrentamiento de la humanidad consigo misma; es el reto de los hombres y de las mujeres de transformarse a sí mismos y de transformar así la sociedad. Todos los males que la humanidad padece brotan de ella misma, de nosotros mismos, de las formas de vida que nos manejan como a marionetas. Por ello no somos aún humanos emancipados. Por ello no somos libres. No somos libres porque vivimos siguiendo unos raíles que no hemos elegido, que hemos heredado sin más, sin posibilidad de cuestionamiento. El machismo brota de nuestro propio lenguaje común y cotidiano, de nuestros protocolos, de nuestros estándares, de todo aquello que realizamos de forma automática e inconsciente. Pues no podemos hablar más que con el lenguaje que hemos aprendido. Y no podemos comportarnos más que como hemos visto previamente que se hace. Y son tan machistas las mujeres como los hombres, tanto los ancianos como los niños, desde el momento en que empiezan a adoptar nuestra cultura. La perdición está en la infancia. La esperanza está en la educación infantil.
291 · Lo anterior se refiere, claro, a la humanidad en su mayor generalidad. ¿Es el machismo un universal cultural? ¿Son todas las culturas machistas? Responder a esta pregunta es importante para saber hasta qué punto el machismo es constitutivo del ser humano como animal y no ya de determinadas culturas. Pero esto no quita tampoco para abordar el problema desde lo cultural, aplicado a nuestra propia cultura o a otras. Porque, al final, ese machismo brota siempre a través de formas culturales, y la superación del machismo consistirá en transformar esas formas. Quizá en el fondo de nuestro ser animal siempre quedará ese impulso del hombre por dominar y ese impulso de la mujer por ser dominada. Pero no importará si la forma de vida cultural evita que de facto se produzcan los abusos y sometimientos. Las estrategias a seguir seguramente serían distintas en cada cultura, pero la educación (el modo en que se introducen en la cultura los nuevos jóvenes) siempre será la herramienta central.
292 · Yo, lo confieso, no recuerdo haber vivido más que una vez, esta vez. Es la primera vez que estoy aquí. No puedo saber cómo funcionan las cosas. Hay un dicho que dice: "allí donde fueres, haz lo que vieres", pero tengo la clara intuición de que nadie antes había estado aquí donde yo estoy, y que nadie hay ocupando este lugar que es mi vida, salvo yo. No tengo ejemplos que seguir aquí. Nada me indica el camino correcto. Nada me permite entender ni entenderme. Uno solo puede seguir a su corazón, como quien sigue a un fuego fatuo. Y solo cabe esperar que el autor de nuestros renglones sepa a dónde va. Él ha imaginado ya un destino para nosotros, ese que llega cada instante, inevitablemente. ¿Qué papel nos queda? ¿Quizá el de imaginar que nuestros pasos siguen un camino, que tienen una dirección y un sentido? Eso ya lo hace, antes que nosotros, nuestro corazón...
Ahora, entonces, hay que pensar esto como algo alentador. Esa es nuestra única tarea aquí.
293 · No tengo ganas de pensar... Aprender a respirar es mucho más importante.
294 · Una revolución "política" no va a llevarnos a nada. No va a enseñarnos a vivir. ¡Aún no sabemos vivir! Solo si aprendemos a vivir será posible un cambio político de verdadero peso. Para ello lo que hace falta es una revolución espiritual. Una lucha constante y sin cuartel de cada cual consigo mismo, pues todas las barreras que nos cercan no están si no en nosotros. Nosotros mismo nos sometemos a los laberintos de la rutina, al ahogo del aburrimiento más atroz, tirando constantemente nuestro tiempo a la basura por tener un nuevo coche, un i-phone, el armario lleno de ropa, toda la vida rodeados de cosas inútiles, manzanas podridas para cualquier espíritu que de veras quiera llamarse libre. ¿De dónde ha salido que tengamos que vivir así? ¡Nos han enseñado nuestros padres! Bien, entonces hay que superar a nuestros padres, quizá decepcionarlos, quizá impresionarlos, o enseñarlos nosotros a ellos a vivir. ¿Para qué demonios venimos al mundo, para trepar como escarabajos por una pared siempre demasiado inclinada y demasiado resbaladiza para nosotros? ¿Qué es lo que pide nuestro espíritu desde el fondo de nuestras entrañas? Todos amamos nuestra vida. Pero, ¿no nos piden nuestras entrañas amar la vida con un amor muy distinto? ¡Amar la vida! No amar el dinero, ni el éxito, ni el poder, ni amar a otra persona como si fuera nuestra (esa persona a la que amas también vive, y también debe amar su vida con un amor muy distinto).
Todo lo que vemos nos engaña. Todos los productos de nuestra cultura están viciados y prostituidos. Todo está levantado sobre la base de un falso amor. Nos enseñan a amar al dinero, y por eso nos enseñan también a amar el trabajo. Para satisfacer al espíritu hace falta muy poco trabajo, y nuestras entrañas necesitan exactamente lo mismo. No necesitamos prácticamente nada de lo que hoy creemos necesitar. Vivimos en una barbarie sostenida por millones de consumidores hechizados, que trabajamos para consumir y consumimos para que haya más trabajo, metidos en una espiral donde nuestro tiempo se nos escapa, donde la vida se nos va sin atender a todo lo importante, siempre de espaldas al verdadero amor y a la verdadera amistad, de espaldas a todos los frutos dulces que la vida podría ofrecernos. Todo lo importante está acallado por los gritos de la megainformación, que solo nos muestra más y más ejemplos de nuestra propia vulgaridad, de nuestra propia tristeza interior, de nuestro aburrimiento esencial, de nuestra hartura. Todo lo que aprendemos es falso. Todo lo que hay que aprender no vamos a aprenderlo ahí. Nuestro propio corazón tiene todas las respuestas. Solo habría que hablar con él, preguntarle a él, y nos dirá que todo lo que quiere es alegría. ¡Alegría! ¡Alegría siempre y en todas partes! ¡Alegría caiga lo que caiga, incluso en la pérdida, en la pena, en la enfermedad o en el dolor! ¡Alegría siempre! Y alegría es todo lo contrario de tirar nuestro tiempo a la basura. La rutina absurda, las relaciones absurdas, la televisión absurda... son el mayor enemigo de nuestro corazón. ¡Pregúntale siempre a él! Cuando estés angustiado, cuando el amor de tu vida se haya perdido ¡Pregúntale entonces qué quiere! Y te dirá que solo quiere alegría. Pregúntale también cuando estés discutiendo con esa pareja a la que ya no aguantas, por más hijos que tengas con ella. ¡Pregúntale a tu corazón por qué seguís viviendo juntos! Y te dirá que no lo sabe y que no lo entiende. Pregúntale qué piensa de los contratos del amor, y ya, de paso, pregúntale que piensa de tu contrato laboral, por "digno" que te parezca el sueldo por tus 40 horas semanales. Tu corazón te dirá que se está pudriendo, que estás enterrando su alegría, tú alegría, la alegría del mundo. ¡La alegría del mundo! ¡Esa es nuestra revolución política!
295 · "Más vale morir de pie que vivir arrodillado", dice el lema del espíritu revolucionario. Pero, ojo, puede ser engañoso. Plantea el problema en un dilema cerrado a dos opciones: luchar o vivir arrodillado. Su engaño consiste en no presentar cristalinamente la posibilidad de vivir de pie, sin más. Y yo creo que eso es todo lo que hay que hacer: vivir como quiere nuestro corazón: vivir con alegría. No hay que hacer una guerra para eso. Nuestro corazón tiene un único enemigo, y somos nosotros mismos. No hay que poner la vida en riesgo. Lo que hay que poner en riesgo, o más aún, en jaque, es nuestra forma de vivir. Hay que poner en jaque nuestras rutinas y nuestra manera rutinaria de amar las cosas. No sabemos amar y por ello no sabemos vivir. Y nuestro falso amor empieza por mal querernos a nosotros mismos, por no escuchar a nuestras entrañas. A todo hay que darle una nueva profundidad. Nos sometemos a patrones de conducta que entierran toda nuestra alegría y no nos planteamos su porqué. Decimos que el mundo es así, y lo decimos como si alguien nos hubiera traicionado. ¡Pero nos traicionamos a nosotros mismos! ¡Nos negamos a dar el salto que nos saque del maléfico laberinto de nuestra absurda cultura! ¡Y hay que negarse a esa negación que nos niega la alegría! ¡Hay que afirmar sin titubeos! Porque afirmar es afirmarse a uno mismo, y afirmarse uno mismo es vivir con alegría.
296 · Me resulta curioso que dos párrafos atrás haya ejemplificado el asunto en las constelaciones del trabajo y de las relaciones de pareja. Creo que es así porque ambas representan las constelaciones que ocupan prácticamente todo el firmamento de nuestra vida. En nuestra sociedad, en una mayoría abrumadora, se vive trabajando y en pareja, y todo lo demás son sutiles adornos. Ambas cosas existen bajo los parámetros y formas que nuestra cultura nos ha enseñado, y son una monumental equivocación, son una lamentable carga para nuestro espíritu. No sabemos trabajar ni sabemos amar a nuestra pareja. Si supiéramos hacerlo, si de verdad amáramos, no tendríamos ni trabajo ni pareja, no al menos bajo la forma y parámetros que hoy dominan nuestro triste mundo. Nuestro mundo es triste porque pasamos demasiadas horas trabajando para obtener con ello "bienes de consumo" que de nada sirven a nuestro corazón. Terminada la jornada, volvemos a casa y nos juntamos con nuestra pareja: en el mejor de los casos, callaremos el uno junto al otro (probablemente mientras habla una televisión), en casos peores, pero no menos probables, lo que hará la pareja será discutir por cualquier cosa. Y de cuando en cuando una buena bronca, "porque las cosas hay que hablarlas", luego el famoso polvo de la reconciliación, y por la mañana otra vez al trabajo. Y así 5, 15 o 50 años más, retenidos en esta espiral por miedo a no sé qué fantasma. ¿A qué tenemos miedo? ¡Tenemos miedo a la libertad! ¡Le tenemos miedo al verdadero amor y a la verdadera alegría!
297 · "No tiene garras, no tiene rabo, pero no hay duda. Al igual que existen los dioses griegos, existe el diablo", leo en el Fausto de Goethe. Y yo lo creo exactamente así, porque el mal siempre planea sobre nosotros los mortales. Por eso no debemos perdernos en laberintos absurdos, sin atender a todo lo importante, que son las necesidades de nuestro espíritu, que sólo demanda alegría. Al diablo se le vence solo con alegría, aprendiendo a amar las cosas de otra manera, aprendiendo a vivir libres de nuestras propias ataduras. Eso no hará que el diablo se extinga. ¡Eso no ocurrirá jamás! Vivimos en el Diablo Mundo. Y por ello el reto de vivir en libertad es, precisamente, un reto. Uno no supera un reto para lograr vivir en libertad, como si luego el reto se acabara. Vivir en libertad es vivir constantemente en el reto de vivir en libertad. Y nuestro enfrentamiento con el diablo (con el dolor, la pérdida, el desamor o la propia certeza de la muerte...) debe comenzar por un verdadero enfrentamiento, esto es, mirándolo directamente a la cara. Hay que saber que el mal está ahí y que es ineludible, y no debemos tomar por ello un aspecto sombrío. Precisamente el reto consiste en enfrentarse al mal con alegría, lo cual no es fácil. Nadie ha dicho que el reto fuera fácil. Pero lo primero es saber cuál es el reto. Y ello nos exige tomar una nueva conciencia del mundo y de la vida. Hay que amar las cosas con un amor muy distinto, para que una pérdida no sea más que un viraje inevitable del camino, para que no haya pérdida sino eternidad que perdura cuando todo cambia. Cuando algo pasa, ya pasó, y ello perdurará en ese estado ya eternamente. ¡No hay error! ¡No hay tiempo perdido! ¿De qué arrepentirse entonces? ¿De qué lamentarse siquiera? Lo que nuestro espíritu quiere es bailar y bailar todo el tiempo, agarrado a los brazos del diablo, sin miedo. Y todo lo demás vendrá solo y sólo para saciarnos...
298 · Por supuesto que Nietzsche sabía ya todo esto... Lo único que hago es aclamarlo en mi propio lenguaje (naturalmente salpicado por el suyo). Pues ahora estoy en ese momento vital de dolor y abismo profundos, de plena incertidumbre, algo que el propio Nietzsche sabía necesario para entenderlo a él. El Prólogo de su Gaya Ciencia empieza así: "Este libro necesitaría, sin duda, algo más que un prólogo; a fin de cuentas, siempre quedará la duda de si, por no haber vivido nada parecido, alguien puede llegar a familiarizarse mediante prólogos con la experiencia que precede a este libro...". Ahora Nietzsche y yo estamos en completa sintonía, y puedo notarlo al escuchar la canción que fluidamente sale de mis entrañas, incesante durante estos días. Lo noto en la posición que adquiere mi espíritu ante este bienaventurado trance, a saber, la posición que me permite verlo y sentirlo como bienaventurado. Es así porque sólo en momentos como éste uno divisa la profundidad de su espíritu y el abismo que todo el tiempo nos rodea, cruzando la cuerda floja. Es ahora cuando se presenta la posibilidad de ponerse uno a prueba. Es relativamente fácil sacarse de la cabeza la espina que nos duele recurriendo a pensamientos profundos; pero de las entrañas el dolor no se mueve un ápice, a no ser que uno respire más profundo que sus pensamientos. Y ese es precisamente el reto. Respirar profundo como la media noche, profundo como el mayor de los abismos y con el mismo tempo que respiran los planetas. Y sujeto a esa respiración uno puede pasar la cuerda floja bailando. ¡Hay que empezar por inundarse de abismo! ¡Volverse uno mismo abismal!
299 · Uno nunca puede evitar todo eso que se le viene encima, porque todo eso que se nos viene encima somos nosotros mismos. ¡Nuestra vida no es otra cosa que eso! Uno no debe recibir el aluvión asustado como un perro en la tormenta: no hay manera de cruzar temblando la cuerda floja (de modo que tardarás mucho en cruzar, o terminarás cayendo...). No hay que temer nada. Hay que enfrentar la cuerda floja como si no hubiera cuerda, porque realmente no la hay para quien ya se ha convertido en abismo. Todo el tiempo estamos atravesados por el abismo, también cuando el tiempo pasa con delicadeza, cuando parece que todo está bien porque no pasa nada... Pero siempre nos está pasando algo, aunque sea silenciosamente, y ese algo es nuestra vida. ¿Por qué dejar que siga pasando silenciosa? ¡Conviértete en alarido!
300 · El dolor siempre llega y llegará, y hemos de estar esperándolo con nuestros brazos abiertos, como si todos los oráculos del mundo ya nos lo hubieran anunciado, sin necesidad de caer en el tormento de la huida imposible o de la pesada resignación. ¡Al destino hay que amarlo! ¡Pues todo lo que nos pasa es lo que somos!
301 · La clara conciencia del abismo es, en verdad, la conciencia de que podemos ser libres, de que podemos escapar a lo que nos toca en cada momento según el absurdo y humillante protocolo de nuestra cultura. "¡Ahora te toca sufrir y llorar!", nos dicen, "porque eso es lo que se hace ante una pérdida, ante la enfermedad o el desamor", añaden. Pero todo eso es mentira, porque la verdad es toda ella abismo. ¡Al infierno todo lo predecible!, decimos nosotros desde aquí. ¡Desde aquí se puede falsificar todo! Por eso la cuerda la cruzamos bailando y bailando con el diablo. Y por eso en nuestro espíritu relumbra ahora algo de malicioso y gamberro, como la sonrisa burlona del bandido. Es la Gaya Ciencia, claro: la ciencia del artificio y la burla. Es el arte en sí, no aplicado a la creación de obras, ni tampoco de discursos, sino aplicado a la propia vida, a la vida propia. ¡Es el arte de vivir! ¡La vida como obra de arte! ¿Pues en qué puede consistir, si no, nuestra libertad, o más aún nuestra grandeza? ¿No ha de servir para inventarnos nuestra vida, para procurar a nuestro corazón la alegría que siempre nos demanda aunque sea artificiosamente? ¡Pues también la respuesta de la cultura es siempre artificial! Pero no solo es artificial, sino que además es pesada como el plomo, como todos los pecados.
302 · "Tal cosa duele", dices. Pues bien, regodéate en tu dolor y empújalo hacia el fondo de tus entrañas, y verás que éstas no tienen fin, que no tienen fondo. Expándete entonces en ese infinito, como un gas inflamable, y haz que tu dolor se convierta en el dolor de un parto: convierte sus punzadas en golpes de yesca y pedernal que enciendan al fin la llamarada. ¡Porque nosotros somos combustible! Sustancias inestables y llenas de poder, pero que requerimos de una chispa para estallar. Y esa chispa es nuestro profundo dolor, un dolor que hay que bucear y cavar hondo para encontrarlo. ¡Haz que el abismo te trague! Y en esa angustia, en esa soledad inigualable, verás el folio en blanco de todos los poetas tendido ante los pasos de tu vida. Sobre él puedes ponerte la máscara que más te guste y puedes bailar la danza que más quieras: flexible como un junco, contradictorio si quieres, gamberro, irónico siempre... ¡Siempre alegre! Disfrazado de rey en el carnaval de la vida, como el Joker (que no por casualidad es un comodín), aunque te llamen "malicioso". Pues uno no es malicioso por ir disfrazado, sino por ir disfrazado a placer; y son los demás quienes van a juzgarlo malicioso y hostil, solamente porque no lo entienden, porque aún no se han atrevido a entenderlo. Todo el mundo lleva su disfraz, todos con disfraces muy parecidos, entre aburridos y humillantes, siempre demasiado predecibles: demasiado tristes ante la tristeza y demasiado alegres ante la alegría, siempre demasiado serios, demasiado ceñidos a lo que exige en cada momento la cultura. ¡Pero nuestra cultura no es más que una mascarada sin festín! Incluso las fiestas o festivales que se celebran transcurren con el paso de todo lo oficial, lo normalizado y lo acotado a suceder en un lugar y un momento muy determinados. ¡Pero también podrían ser fiestas los funerales!
¡No nos damos cuenta de que la vida entera es una fiesta!
Pero solo lo es para quienes se vacían a sí mismos y prescinden del orgullo de su "yo", para quienes adquieren con su respiración el tempo y la profundidad de los planetas, para quienes cruzan la cuerda floja bailando con el diablo. Para quienes estén dispuestos a inventar su propia manera de vivir, inventando su propia forma de amar.
303 · "¡Alégrate de poder ser dios!", se oye en una película de Val del Omar. Nos está hablando de esto. Al espíritu burlón y poético Val del Omar lo llamaba "Duende".
304 · Hay que bailar con el diablo, pero no hay que besarle nunca en la boca. Eso es lo que él quiere: escupir directamente en nuestra boca el veneno de su falso amor. Hay que bailar con él solamente para burlarlo...
305 · Si tu amor implica celos, entonces es falso amor. Por eso el amor que predicamos es muy distinto al amor que conocemos. Predicamos un amor mucho más profundo, mucho más poderoso y peligroso. Es un amor que también debe escocernos, pues es un amor siempre inasible del todo, siempre impredecible, irónico, que nunca nos termina de corresponder. ¡La vida es una amante caprichosa y escurridiza! ¡Pero ella sí sabe amarnos! No esperemos su estabilidad, ni su fidelidad, ni tampoco su concupiscencia, mucho menos su servidumbre. Hay que amar al amante en su absoluta extrañeza, y por ello no ha de haber fórmulas que describan a priori el modo en que una relación debe configurarse. ¡Son los amantes quienes deben inventar su relación! No somos medias naranjas, sino naranjas enteras, y nunca hay manera de hacernos encajar. ¡¿Y quién ha dicho que tengamos que encajar?! ¡Y quién ha dicho que tengamos que ser dos, y no tres, o veinte o mil! ¡¿Acaso nuestro amor no puede ser mil veces más extenso?! Y no estoy hablando, por cierto, de nada que se parezca a ese "amor libre" de los hippies. Hablo del amor libre, sí, pero no necesariamente de aquél. No estoy hablando de sexo. Estoy hablando de buscar la sintonía en la respiración. Y hay que saber que dos sistemas solo pueden sintonizarse recurriendo a un sistema superior que proporcione los ejes y los tempos. ¡Por eso nuestra sincronía tiene que venir del cosmos! ¡Por eso hemos de respirar al son de los planetas! ¡¿Y cómo amar, entonces, a alguien que no respire tan profundo?! ¡¿Y cómo esperar que alguien nos ame desde la superficie?!
Yo creo que dos espíritus que respiran la misma profundidad, sintonizados, se aman inmediatamente. Lo que falta es darle forma a la relación, para que sea efectivamente real. ¿En qué podríamos basarnos? Naturalmente en nada. El amor libre pertenece a la vida libre, y ésta se caracteriza por ser un reto constante. Por ello solo es posible recurrir a la creatividad, a la fantasía, a la ficción. Y así, sólo jugando, disfrazados a placer en el gran carnaval de la vida, estos amantes pueden inventar su propio amor sobre un folio en blanco y sin límites
La vida sólo sabe amarnos a su manera.
306 · A una luz solo una luz más fuerte la ensombrece (Val del Omar). Al falso amor del diablo solo un amor más poderoso.
307 · Nietzsche pensó siempre que había llegado demasiado pronto... Y sigue siendo demasiado pronto... Aún no cuaja.
¡Entonces debemos persistir! Seguiremos siendo anunciadores...
308 · Estoy comprobando, como Nietzche, que ser anunciador del superhombre implica ser visto como un charlatán, como un loco, o como un ser despreciable, según cuál sea el medio por el cual anuncias la venida de ese rayo.
Si tú escribes y ellos leen, entonces eres charlatán, pues nadie puede llegar a las profundidades sólo leyendo, y así leen como si no leyeran nada. Y lo mismo pasa si lo dices hablando con las mismas palabras que escribes, con la diferencia de que el insulto te llegará a la cara.
Si en lugar de escribir o de hablar, lo que haces es cantar y bailar, quizá entonces lleguen a vislumbrar las profundidades, y verán que cantas y bailas sobre ellas. Y te llamarán loco, con razón, pues solo el loco canta y baila sobre el abismo.
Y si lo que haces no es siquiera cantar y bailar, sino directamente reír -reírte de tu dolor y del suyo igual que de todos los placeres, reírte de tus deseos y de todos los deseos, de tus miedos y de todos los miedos, reírte de lo que todo el mundo cree, de lo que todo el mundo piensa, de lo que todo el mundo hace, incluso lo que crees, piensas y haces tú mismo...-, entonces verán a alguien que está pisoteando su mundo, como el bebé que pisotea los juguetes de su hermano mayor. Y te despreciarán...
Mas, en todo caso, pese a sus reacciones, sus entrañas serán incapaces de juzgarte. Porque aquí todo va dirigido a las entrañas y éstas ni siquiera necesitan entenderlo. Ya lo saben. Son ellas mismas las que hablan aquí... Yo soy solamente el charlatán.
309 · Y es evidente que lo anterior ilumina la razón por la que es tan difícil "convertirse", no ya en superhombre, sino meramente en su anunciador: no todo el mundo está dispuesto a ser despreciado por el rebaño...
Lo que hay que pensar es, siempre, que no estamos solos. ¡Nosotros somos nuestro propio rebaño, y no necesitamos de pastores! ¡Más bien somos una nube!
310 · Y no se confunda: el anunciador no es un pastor. Lo que el anunciador anuncia es su propio ocaso. No queremos guiar a las ovejas. Desearíamos, de desear algo, que dejasen de ser ovejas, y que no necesitasen a un mastín para protegerse de los lobos.
Pero tampoco se confunda esto: he dicho "de desear algo", porque en verdad de nada sirve lo que yo o nadie pudiera desear (ya hemos dicho antes que las entrañas se ríen de todos nuestros deseos). Todo está bien como está, si el destino ha dispuesto que así sea. Lo que el anunciador hace es, solamente, anunciar su propia llegada... Las nubes siempre venimos de muy lejos, pero las primeras gotas siempre nos sorprenderán... Nosotros, los anunciadores, no podemos evitar el ser algo molestos. El rayo ya vendrá después.
311 · A quien pregunte: ¿qué es el superhombre? - la respuesta no va a satisfacerle; pues pensar en el superhombre es pensar en nuestra miseria, en nuestro ser miserable. No es muy difícil de imaginar en qué consiste esta miseria. El humano se vanagloria de ser el animal supremo sobre la Tierra, y sin embargo, ¿cuántos son los que miran con envidia a los leones o a los monos de la selva? ¡Y para qué hablar de los pájaros! ¿Qué humano no mira con envidia esa ligereza? Uno mira al rebaño y sólo ve pesadez, mezquindad, superficialidad, miedos, resignaciones, supersticiones, ambiciones absurdas y mentiras, muchas mentiras santificadas. Todos juzgan y todos son juzgados. Todos miden para ser medidos. Todo lo que el ser humano crea con sus manos es siempre pequeño, lo suficiente como para sentirse él mismo grande - ¡sin serlo! Vivimos en la cultura del fantoche y el artificio. ¿A qué aspira hoy un ser humano medio? A un trabajo mal pagado que le robe la vida, a un televisor que le robe el cerebro, a renovar su armario cada seis meses, a fanfarronear de la proeza ajena y de la falsa proeza... ¿Esa es la grandeza del ser humano? ¿Es esa su superioridad? ¿A eso conduce su sabiduría? ¿O es esa, precisamente, su miseria, su mezquindad? El superhombre es ése que nos mira desde arriba y piensa si somos lerdos, riéndose. ¿No debe el hombre ser superado? ¿No debe el hombre aspirar a obras más grandes, ante las cuales él mismo se sienta pequeño? La gran obra a la que el hombre debe aspirar ¿no es, precisamente, el superhombre? El hombre debe liberarse a sí mismo: librarse de sí mismo. Debe darse a sí mismo con el cincel y el martillo para arrancarse su armazón de rocas, y esculpir sobre sí mismo lo que puede llegar a ser - ligero.
312 · Y hablo todo el tiempo de Nietzsche, o con Nietzche de la mano, pero exactamente de esto nos hablaba también Val del Omar, cuando decía: "Somo monstruosos embriones de lo ultrahumano".
313 · La vida siempre nos pone a prueba: problemas, retos, situaciones difíciles que nos hacen dudar hasta perder el hambre y el sueño, que nos hacen sufrir hasta perder las ganas... Pongamos por caso las muchas complicaciones que nos traen las relaciones de pareja y otros amoríos. En la mayor parte de los casos, esas complicaciones son el producto de sentimientos lastimosos y lamentables, como los celos, el deseo de posesión, el miedo a la soledad, el orgullo, la vanidad... Son sentimientos que nos atenazan y nos empujan a comportarnos como canallas con esa persona a la que decimos querer, cuando no nos torturamos también a nosotros mismos. Nuestra cultura nos ha enseñado demasiados ejemplos de amores idealizados en novelas o películas como para no desear nosotros un amor como esos. Tales amores idílicos no existen (o son ciertamente escasos). Nos educan en la cultura de las medias naranjas, del amor perfecto y duradero, y cualquier otra cosa es el fracaso y la ruptura - siempre dolorosa... ¿Y por qué ha de ser así? Casi siempre, el mayor problema surge cuando somos incapaces de hacer casar nuestros sentimientos y pensamientos en los modelos que hemos aprendido. Hacemos lo posible por contorsionarnos y por contorsionar a la otra persona para hacernos encajar en esas casillas que la cultura ha prefijado. Pero, ¿qué diablo nos lleva realmente a creer que esos esquemas puedan aplicarse a ti y a mí, a nuestro caso específico, único e irrepetible? ¿Qué tendrán que opinar nuestras abuelas sobre el modo en que nosotros debemos gestionar nuestra relación, sobre la forma que ésta deba adquirir? Una y otra vez veo la misma respuesta: el reto de la vida saludable se basa en la creatividad: ser capaces de afrontar nuestra vida (nuestra forma de vida) desde la perspectiva del creador: diseñemos la forma de vida que nos permita ser quienes queremos ser, cada uno en su autonomía, sin que la relación sea un contrapeso o una barreara para nuestra autorealización. Nuestra pareja, aquella persona que nos acompaña y nos quiere, debe ser quien más hondamente nos ayude a encontrar y a seguir nuestro propio camino, aun cuando ese camino implique la separación o el distanciamiento, permanente o esporádico. Y eso es igualmente lo que la otra persona debe esperar de nosotros: nuestro respeto, nuestra comprensión, nuestro apoyo. Nunca ser una barrera.
Y hay que saber que no existen las fórmulas ya hechas (haberlas, haylas: ideales, pero nunca serán para nosotros, seres de la realidad). O nos lo inventamos, o terminaremos retorcidos como gusanos, postrado ante una relación que ya no satisface a sus propios huéspedes. Una pareja no debe luchar por la relación. La pareja debe luchar "contra" la relación, es decir: debe ser capaz de tomar la relación como si fuera barro, moldeable, algo que podemos adaptar a nuestras formas - ¡y nunca al revés!
314 · Gestionar las emociones usando la razón, Y gestionar la razón usando las emociones. Si yo llamo a alguien "virtuoso", es a aquel que sabe conjugar ambas cosas, el que sabe recurrir a lo uno y a lo otro cuando corresponde. La razón es demasiado fría: si la dejas operar libremente, terminarás negando demasiadas cosas, y llegarás a callejones demasiado vacíos y demasiado siniestros. Y las emociones son demasiado calientes: si las dejas ir a su aire, dirás que sí a demasiadas cosas: subirás y subirás como un globo perdido, y te agotarás en una atmósfera sin aire justo antes de caer a plomo.
315 · Hay que darse alas para despegar (emocionarse) y ponerse contrapesos para no perderse (razonar).
316 · Hace ya mucho que sabemos que no existe ninguna creencia que pudiéramos denominar "racional" (excluyo casos como "2+2=4", ya que tal cosa no constituye creencia, pues es una verdad puramente lógica, formal, sin contenido). Lo más parecido que tenemos es eso que llaman "creencia razonable", donde la verosimilitud es solamente estadística, pero, sobre todo, recoge su autoridad de la convención social. Claro está, la razón solamente funciona sobre los andamios del lenguaje, de un lenguaje. La creencia razonable no va nunca más allá de eso que llamamos también "sentido común"; pero esto "común" no es ni mucho menos universal: es cultural, es social. Así que, cuando razonamos, no razonamos nosotros. Es el lenguaje quien razona, así que razona nuestra cultura. El problema de guiarse siempre por la razón no es otro que el problema de guiarse sólo por la "voz del pueblo". Y el problema es que "el pueblo" nunca tiene respuestas justo para ti. La razón siempre nos trata como un "nosotros". No contempla nuestras diferencias, sino sólo lo que nos es común. El lenguaje siempre homogeneiza - nos homogeneiza. Para la mayoría de asuntos cotidianos la creencia razonable funciona, es decir, nos hace obtener los resultados que la propia sociedad nos aconseja (ej.: si no quiero dormirme porque mañana tengo una reunión, es razonable ponerse el despertador: es funcional guiarse por la creencia de que el despertador sonará y me despertará; un místico podría tratar de convencerte de que quizá no suene, y que sería mejor confiar en los astros o en tu "despertador interno"...). Pero siempre hay momentos en la vida que escapan a la cotidianidad, problemas contra los que muy pocas veces lidiamos, o contra los que nunca hemos lidiado, ni tú ni nadie, porque nunca hubo nadie que ocupara justo tu situación. ¿Qué podría decir entonces "el pueblo"? ¡Si no podría aconsejarte ni tu madre!, ¿qué podría decir, entonces, la razón? - Darse a uno mismo alas es, precisamente, dejar de atender en este punto a la razón, e introducir en el el mundo algo "gratuito", surgido directamente de ti, algo que sólo podría ser visto por todos como un "absurdo". Es aquí claro, donde uno debe dar rienda a su creatividad, a su sensibilidad, a su intuición, a su capacidad de improvisar. Seguir la voz del pueblo nos da muy pocas opciones: la finitud de nuestras palabras es la finitud de nuestras variables. ¿Y si ninguna solución convencional se ajusta a mí y a mi problema? - Entonces hay que inventar soluciones; hay que inventar palabras. Y para ello no hay procedimiento racional alguno. Consiste precisamente en "trasgredir" el procedimiento racional. En este punto hay que sentir, y esto no es fácil. No todo el mundo está dispuesto a ser tomado por absurdo, por loco o incluso por malvado. Transgredir siempre implica coraje. Por ello lo veo ahí una virtud: la virtud del creador. No todo el mundo está dispuesto a diferenciarse.
317 · Pero el sentir tiene también lo suyo. Somos un amasijo de sentimientos venidos de muchas partes. Por dentro somos todo naturaleza, todo vida, pero incluso ésta se retuerce cuando nos atraviesa - y nos retuerce. No todos los instintos son "buenos instintos". Pero, ¿cómo juzgarlos? ¿Con qué barra los medimos? Hay demasiados sentimientos incendiarios que es mejor apagar cuanto antes, pues harán arder nuestro globo. No porque sean "malvados", no. Situados de base más allá del bien y del mal, decimos mejor que son sentimientos "insanos", que nos debilitan, que queman nuestras fuerzas y consumen nuestra alegría. Venganza, celos, odio, culpa, arrepentimiento, frustración... Para mí todo ello se resume en "resentimiento". No puedo estar en contra de sentir lo que se siente en un momento dado, pero sí de "re-sentirlo". Con sentir estos sentimientos una vez, basta. Basta para cogerse a uno mismo cierto asco y no querer sentirlo más. Estos resentimientos son los síntomas más claros de nuestra bajeza, y por eso no es fácil reconocerlos y enfrentarlos. Por eso es más que habitual ver a hombres y mujeres que se aferran a sí mismos y a sus bajezas como a clavos ardiendo, como si fuera el único modo de mantenerse a salvo. No todo el mundo está dispuesto a reconocer en sí mismo a un necio o a un vago, a un embustero, a un cobarde, celoso o ingrato, animal de cuadra o de pantano cenagoso... Uno no está siempre dispuesto a insultarse y a despreciarse a sí mismo, ¡menos aún a tomarse en serio! ¡Y quién se dice a sí mismo toda la verdad! No. No es fácil luchar contra nuestros malos resentimientos, pues es nuestro corazón quien los alienta. El mismo corazón que amó hasta la locura a otra persona, puede tornarse odio y rencor hasta llegar a las manos (así se han descrito muchos tragedias). Fácilmente deja uno que se le embale el corazón, que arrastra consigo a todas las entrañas, y de pronto estamos ya arrebatados, pensando lo que no queremos pensar, diciendo lo que no querríamos decir y haciendo lo que nunca querríamos hacer... Si dejas al corazón coger las riendas del resentimiento, hará contigo lo que Shakerpeare hacía con sus marionetas. Si te aferras al clavo ardiendo de todas tus bajezas, si te niegas a dar la cara ante ti mismo, tú mismo te sorprenderás más tarde por la espalda, indefenso y desarmado. Sea como fuere, si no queremos ser de por vida unos miserables, el ejercicio sólo puede consistir en enfrentarse una y otra vez a uno mismo, con todas las armas de que se disponga. Y he aquí la mejor arma: el amigo.
318 · "Inocencia" es una de las grandes palabras en el vocabulario de Nietzsche. "Inocencia del devenir", es una de sus grandes expresiones. Ésta no expresa otra cosa que nuestra propia inocencia. Pero no se confunda "ser inocente" con "estar donde se debe estar" o, más aún, "estar donde se quiere estar", o más todavía, "ser lo que se quiere ser". Ser inocentes no nos exime de nuestras bajezas, de nuestras debilidades y miedos, de nuestras perezas y depresiones, ni nos libera de nuestra esclavitud, o de nuestro ser unos tiranos, unos necios o uno hipócritas... Lo que nos indica el ser inocentes es que, sea cual sea la situación en la que ahora estemos, no podemos culparnos a nosotros mismos (ni a nadie) por ello, pues nadie nace con el libro de instrucciones de la vida, porque uno mismo no elige dónde nace y dónde crece y, en última instancia, uno no ha elegido nunca quién se es. Somos víctimas de nosotros mismos, pues estamos integrados en el todo que deviene a un mismo tiempo, habitando en un presente tan efímero, tan escurridizo y tan veloz que nuestra conciencia y nuestra propia voluntad siempre llegan tarde, tal que cuando hemos pensado una cosa, o cuando hemos sentido un deseo, ya lo hemos pensado y ya lo hemos sentido, ¡y eso no hay quien lo remedie! Así pues, no te culpes ni siquiera de tus propias decisiones, pues las tomó por ti ese cerebro que siempre ha funcionado él solo, como los riñones y como el corazón. Es la bioquímica del cerebro, o la física de las partículas que lo componen, la que nos hace sentir y pensar lo que en cada instante sentimos y pensamos, y es de sentido común que nadie puede interferir en las fuerzas de la naturaleza, nadie está en posición de evitar sus designios. Formamos parte de la "fatalidad" (otra importante palabra para Nirtzsche); y es eso justo lo que nos hace inocentes. Así pues, eliminemos la "culpa" de nuestro espíritu. ¿Y por qué esto es importante y valioso? Porque ello nos permite enfrentarnos a nosotros mismos sin resentimiento. El objetivo es mejorarse, reconocer claramente nuestras bajezas y enfrentarlas y superarlas. El objetivo, la meta (otra gran palabra nietzscheana), es ser mejor de lo que se es, mejor persona, mejor "humano" (he ahí, naturalmente, el "superhombre", la gran palabra de Nietzsche). Mas para ello uno debe sacrificarse a sí mismo muchas veces, casi constantemente. Uno debe reconocer su bajeza, diciendo: "Este necio y miserable soy yo; necio y miserable he sido yo - hasta ahora". ¿Quieres seguir siendo un necio y un miserable mañana? Si la respuesta es "no", es porque se tiene esa meta de superación. ¡Quémate, pues, a ti mismo!, sin remordimientos, sin resentimiento, pues todo tu despreciarte no es otra cosa que el fuego de tu gran amor (el desprecio que Nietzsche manifiesta por el hombre no es otra cosa que amor al superhombre, esto es: amor al hombre, no por lo que de hecho es, sino por lo que puede llegar a ser). ¿Y qué hacemos una vez nos hemos quemado a nosotros mismos, una vez nos hemos "hundido en nuestro ocaso" (otra mítica expresión del maestro)? Pues reinventarnos. ¿En base a qué? ¿Con qué criterio? Bajo tu propio criterio, bajo tu propio "instinto", con toda tu inocencia y tu amor por un nuevo principio, esto es: con el "espíritu del creador". ¿No es el futuro un folio en blanco sobre el que podríamos escribir cualquier historia? ¡Pues demuéstralo! ¡Escribe cualquier historia! Mas procura que sea la historia que quisieras vivir un millón de veces, infinitas veces, eternamente esa historia; hazlo como si el "eterno retorno de lo idéntico" fuera la más real de todas la verdades: aprovecha esta vida que tienen porque no tienen otra. Es ésta, no otra, la vida que vives, así que da igual que sea una vez o que retorne infinitas veces, no hay ninguna diferencia: no dejes que la vida se te escape siendo un necio y un miserable siempre... Agradece la existencia que gratuitamente se te ha dado. Agradece todo, lo bueno y lo malo, pues todo lo que pasa pasa fatalmente, esto es, necesariamente. Todo es necesario. Nada es superfluo. Y así expresaba Nietzsche la grandeza del hombre: como "amor fati": "amor al destino". ¡No al miedo!
319 · Lo que ha pasado ayer por la noche en París es terrible: 120 muertos en atentados del Estado Islámico. Me estremezco ahora de pensar que por la tarde había escrito yo el punto anterior, terminando con ese enérgico "¡No al miedo!". ¿Y qué puedo hacer hoy si no insistir en él?
Llegar a una lectura profunda y objetiva de la situación implica casi siempre empezar por leerse a uno mismo en sus primeras reacciones. ¿Cuál fue la primera emoción que sacudió a mi espíritu al enterarme de la noticia? Miedo. Lo que sentí fue miedo; y desde ese miedo trazó después mi espíritu líneas hacia cierto sentimiento "solidario", cierta "fraternidad", y hacia cierta "indignación". Entonces miro en los medios de comunicación, y miro en las redes sociales, y veo que todo el mundo está dando muestras y haciendo eco de esa solidaridad, de esa fraternidad y de esa indignación, pero nadie hace eco del MIEDO del cual todo eso nace. El miedo se huele, se respira, viene además radicalmente inspirado por los noticieros... Pero hay también miedo a expresar el miedo, miedo a reconocer el miedo. Y lo soterramos bajo la mascarada de la solidaridad y la indignación, como si éstos fueran sentimientos puros y primigenios en nosotros, como si nacieran de nuestro amor por las víctimas o por todos los seres humanos..., cuando en verdad toda esta reacción brota del miedo.
Cada día mueren cientos de personas en conflictos de todo el mundo, y no decimos nada o, seguro, no tenemos esta reacción en masa. ¿Por qué? ¿De veras amamos a un ciudadano francés más de lo que amos a ciudadanos de otros lugares lejanos? Parece que sí; incluso pensamos que sería lo normal, siendo vecinos. Parece por nuestras acciones que damos más valor a unos humanos que a otros... Pero creo que ni siquiera es esto. No. No es así como yo lo he sentido en mis entrañas. Lo que nos acerca hoy a los franceses no es amor, ni fraternidad, ni solidaridad siquiera, sino el miedo de que pueda pasar aquí también... Cuando las bombas estallan en África, en Siria, en Pakistán, donde sea, la noticia nos resbala. El atentado de París nos conmueve sólo porque nos asusta, y con razón, claro. El mundo es un lugar terrible, lleno de bárbaros; pero está mucho más lleno de hipócritas, eso sí. Es mi impresión.
320 · ¿Por qué lo llamo "hipocresía"? En mi opinión, hay dos maneras razonables de entender esta reacción, y las dos me conducen a lo mismo. Si reaccionamos así ante los atentados de París, pero no reaccionamos así ante los atentados diarios de otras partes del mundo, 1) o bien damos más valor a los humanos franceses (digamos "occidentales") que a los humanos de otros lugares del mundo; 2) o bien damos el mismo valor a unos y a otros, y entonces solo el miedo explica esta reacción (pues la "cercanía" de estas bombas es lo único que diferencia esto de lo otro). Si se da 1), entonces se es hipócrita, porque nadie reconocerá aquí sin avergonzarse que la vida de un francés tiene más valor que la de uno de un país pobre y lejano. Si se da 2), también se es hipócrita, porque uno manifiesta sólo su solidaridad y su fraternidad, como si fueran sentimientos nacidos del amor, cuando en verdad nacen del miedo, del terror por la cercanía de estas bombas; y nadie reconocerá sin avergonzarse que es solidario sólo por miedo (y no por verdadero amor)...
321 · Y vuelvo ha decir que lo que ha pasado es terrible; pero a los ojos de un dios ha de ser igual de terrible lo que pasa en otros sitios cada día... Si analizo mis sentimientos, mentiría al decir que amo más a los franceses que a otros pueblos más lejanos. No. Mi amor real alcanza sólo a mis seres queridos, a quienes conozco, sean de aquí o de allá. Más allá de eso, mi corazón no siente nada; es mi espíritu, mi pensamiento, el que traza o deja de trazar lazos de afecto con los desconocidos, con los "pueblos" o "grupos" (y no con las personas, a las que no conozco en su individualidad). Así puedo decir que amo a todos los seres humanos por igual, más eso lo dice mi particular ideología (sé de cierto que un racista no diría tal cosa); mas, insisto, si me escruto a mí mismo, noto que mi corazón, mi amor real, no es tan basto. Para amar a una persona, tengo que conocerla, tengo que poder al menos identificarla singularmente. El "amor a la humanidad" es un amor muy distinto al amor real que el corazón siente por nuestros seres realmente queridos. Dicho esto, reconozco con toda claridad que siento el mismo amor por las personas asesinadas ayer en París que por las personas asesinadas cada día en otros lugares. De hecho, en general no podemos dirigir siquiera nuestra solidaridad hacia ninguna de las personas verdaderamente afectadas, pues en general siempre nos son desconocidas, y por ello la solidaridad la expresamos hoy hacia el "pueblo francés". Nadie puede amar a personas singulares desconocidas: uno ama a quien ama; el amor a los desconocidos es de otra índole, como he dicho, de índole ideológica. Y, precisamente, si le preguntamos a la ideología general imperante, a la ideología que demarca hoy lo "éticamente correcto", nadie afirmará que la vida de un ciudadano francés tenga más valor que la vida de un africano, por ejemplo; y no lo afirmarán aun cuando todas sus acciones muestren hoy otra cosa.
Mi pregunta es: ¿qué es lo que muestra nuestra reacción ante los atentados de París, en relación a nuestra respuesta ante otros conflictos? ¿Muestra realmente que amamos más a los ciudadanos del pueblo francés que a los ciudadanos de otros lugares? No, no, tres veces no. Lo que nos une hoy a los franceses es el miedo y no el amor. Y por eso insistimos en hablar de "los franceses", en un absurdo genérico, sin saber si eran todos franceses los fallecidos, y más aún, sin reparar propiamente en las personas afectadas, a las que no conocemos, claro, a las que por tanto no amamos... Extendemos nuestras condolencias al pueblo francés, como entidad política, porque sabemos que el conflicto que provoca los atentados es político, y sabemos que nuestro propio país y "los españoles" estamos, como entidad política, implicados en ese conflicto (lo mismo que otros países "occidentales"), y por ello tememos que nos salpique; e incluso podemos sentir, si nos pensamos como europeos, que ya nos ha salpicado...
Las bombas que explotan lejos no nos asustan, ni sus muertos nos conmueven. No es el amor el que nos hace reaccionar "fraternalmente". Es el miedo. No es mayor barbarie tirar una granada de mano en una sala de fiestas en París que tirar la misma granada en un mercado de Beirut. La barbarie es la misma, pero no reaccionamos igual. Otra vez lo digo: esto no es por amor a los franceses, es por miedo, porque sabemos por nuestras propias cicatrices (y monumentos) que estamos dentro del conflicto. Miedo es lo que yo he sentido, instintivamente, al recibir la noticia. Quizá generalizo mi caso y no debería hacerlo; pero algo me dice que con todo esto no me desvío mucho de dar en el blanco...
322 · ¿Quizá sea ése uno de los grandes problemas del mundo: que el miedo es en los seres humanos una respuesta natural más poderosa que cualquier sentimiento solidario? Eso me cuadra bastante bien, la verdad: el miedo ayuda a sobrevivir al animal de las praderas y al intranquilo roedor; el miedo hace a las ovejas pegar trasero con trasero, haciéndose así el rebaño. Mi conclusión es que el ciudadano medio occidental es un puro animal de rebaño, cuyos asustadizos instintos le llevan a esta demostración de solidaridad y fraternidad. Pues del otro lado hay un lobo: un pueblo guerrero. Son pocos, pero son fanáticos, y crear el caos es una ciudad occidental es demasiado fácil... Nosotros no podemos entender esa cultura. No queremos ni intentarlo. Digo que son un "pueblo guerrero" porque en efecto lo son. En las profundidades del inmenso mundo árabe, el terrorismo ha terminando engendrando una cultura. Por supuesto, esto ha sucedido siempre que un conflicto se ha prolongado más de una generación. En España empezó a pasar esto con el terrorismo de ETA: las "nuevas generaciones" ya no tenían las "razones" que pudieron llevar a las armas a los primeros etarras durante el Franquismo; las nuevas generaciones de etarras habían crecido ya dentro de una cultura basada de raíz en el "conflicto vasco". Las tensiones del mundo árabe no son de ayer, sino de muchas décadas, quizá de siglos. Los terroristas del Estado Islámicono han mamado la violencia y el conflicto árabe desde niños, y han construido su identidad cultural a través de esa violencia y de ese conflicto. Un hombre que salta por lo aires voluntariamente con un chaleco explosivo: eso es incomprensible para nuestra mente occidental, pues eso no se comprende: eso se mama o no se mama. Para mí, el terrorista suicida deja muy claro que no se trata de una psicología del tipo occidental: son mentes forjadas en la fragua de otra cultura, y es una cultura guerrera y criadora de lobos para las asustadizas ovejas europeas, demasiado acostumbradas a la paz de sus bulevares, esto es, a la "guerra sí, pero lejos", sólo por televisión y en películas.
Así, lobos o corderos, lo que concluyo nuevamente es que no somos más que animales. ¿Acaso no atisbamos, aunque sea de muy lejos, lo que significaría ser propiamente "humanos"?
323 · O quizá esto sea el ser humano... ¿No atisbaríamos, entonces, lo que significaría el "superhombre"?
324 · Para ser humanos (o quizá superhombres) tendríamos que amar verdaderamente a la humanidad, y que ese amor se sobrepusiera a nuestro miedo.
325 · Lo que veo cada vez más claro, es que Nietzsche fue, por encima de todo, y pese a que el término no creo que le agradara, un "humanista". En su terminología, desde luego, sería más apropiado hablar de un "superhumanista", pero el principio es exactamente el mismo. El concepto de "superhumanista" significaría solamente el haber llegado a la culminación y límite del humanismo. En su mayor generalidad, el humanismo se consagra al reconocimiento de un "ideal humano", lo cual se traduce históricamente en tener una "meta" para la humanidad. La categoría ideal de "ser humano" propiciada por el humanismo despliega inmediatamente una jerarquía de lugares ontológicos, esto es: un lugar más "bajo" (más próximo a la animalidad, diríamos también con Bataille) y un lugar más "elevado" (más próximo al "ideal humano"). En medio de lo uno y lo otro queda el "hombre real", el "hombre actual", ése que corre el riesgo de embrutecerse (sea como lobo, como cordero o como cualquier otro animal), o que tiene la grandeza de empujarse hacia su ideal. El humanismo no ve la humanidad como algo ya terminado, sino como algo que verdaderamente aún no ha nacido (han nacido los seres humano, pero no aún la humanidad). El humanismo transporta la idea de la humanidad como proyecto en curso, y se trata, claro está, de un proyecto de superación.
¿Y no es exactamente esto lo que nos quiere decir Nietzsche? Leo a Zaratustra: "El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre". "El hombre es algo que debe ser superado"...
326 · Quede claro, pues, que el "desprecio" que casi siempre manifiesta Nietzsche por casi todos los seres humanos de su tiempo es, en verdad, el signo ineludible de su amor a una humanidad por venir. Por ello es tan importante para él también la palabra "porvenir", y la palabra "futuro". Por ello el amor de Zaratustra pertenece al "reino de los hijos" (y no al de "los padres y las madres"). Etc. Esto es: su desprecio por el hombre de su tiempo es el signo ineludible de su humanismo. Así dice Zaratustra: "¡Para mí no sufrís aún bastante! Pues sufís por vosotros, no habéis sufrido aún por el hombre. ¡Mentiríais si dijeseis otra cosa! Ninguno de vosotros sufre por aquello por lo que yo he sufrido". Humanismo superhumanista.
327 · Pregunta: ese sufrimiento por el hombre, ¿es el sufrimiento propio de un parto? Nietzsche usa mucho la metáfora del parto para indicar la potencia "didáctica" del dolor: el dolor nos obliga a superarnos ("La disciplina del sufrimiento, del gran sufrimiento, - ¿no sabéis que únicamente esa disciplina es la que ha creado hasta ahora todas las elevaciones del hombre?", escribe en Más allá del bien y del mal, 225). ¿Podríamos considerar que los sufrimientos que padece la humanidad son lo propio de un parto, de donde habrá de nacer el superhombre, la superhumanidad? Esto se acercaría mucho a esa idea hegeliana del "Matadero de la Historia", como justificación del mal sobre la tierra en pos de un "final feliz"; al fin y al cabo, todo el sistema dialéctico describe (y justifica, fundamenta) un proceso de "superación". El matiz diferencial está en que para Nietzsche el "mal" no tiene que ser justificado. Nada de cuanto forma parte de la vida requiere de ninguna justificación. Para el cristianismo y, por tanto, para Hegel, el problema del mal es un problema, ya que no se explica tanto sufrimiento siendo Dios supuestamente bueno, y siendo nosotros sus hijos... La justificación teológica siempre fue que "los caminos del Señor son inescrutables"; Hegel quiso ser más audaz y vaticinó un "final feliz", un "Reino de Dios en la Tierra". Al final, claro, a Hegel se le ve el plumero, cuando toda su Filosofía de la Historia se convierte en teodicea. Para Nietzsche el problema del mal no es un problema en absoluto (y el problema de Dios tampoco, no como problema en sí). La necesidad de asumir el mal (el sufrimiento, el dolor) como parte indiscutible del mundo, eso caracteriza la filosofía nietzscheana, bien anclada aquí a Schopenhauer. Pero no por nada Nietzsche terminó despachando a su "educador". La guerra primordial de Nietzsche es contra el pesimismo y contra el nihilismo. Lo último que Nietzsche quiere es ser un decadent. Si, como ha enseñado bien Schopenhauer, el dolor está ahí y es ineludible, bien, "sí y amén", eso mismo da sentido a la disciplina del gran sufrimiento, base fundamental de la ética nietzscheana: "¡Enduraceos!".
328 · La vida de los seres vivos se desenvuelve en un ciclo que tiene dos momentos fundamentales: gastar energía y recuperar energía. Todas las funciones vitales suponen un gasto de energía, pero en su conjunto siempre permiten al ser vivo cumplir con ciertas funciones que precisamente permiten recuperar la energía gastada en vivir. En principio, para vivir basta con recuperar tanta energía como se gasta en recuperar esa energía. Un felino en la sabana se alimenta lo suficiente para poder afrontar la siguiente cacería; una gacela se alimenta lo suficiente para seguir andando en busca de nuevos pastos, y para escapar de cuando en cuando del felino. Pero en todos los animales hay siempre un exceso de energía, un extra que le habilita para el tiempo de ocio, para el juego y, más aún, que le permite afrontar los tremendos gastos de energía que conllevan los cortejos y apareamientos, imprescindibles para la conservación de la especie. Precisamente, cortejos y apareamientos son los actos animales que más claramente demuestran esa superabundancia de energía: nunca un león es más exuberante que al batirse en duelo con otros leones. Cantidades ingentes de energía que no tienen por fin recuperarse, sino gastarse, demostrarse. No todo en la vida es comer y beber. El animal demanda su procreación por instinto, y la naturaleza hizo que la estrategia fuera la exuberancia, la demostración de ese exceso de fuerzas (y no todo son peleas; entre los pájaros, por ejemplo, gana a menudo el que mejor y más potente canta, o aquel al que le brillan más las plumas...).
Ahora me pregunto cuánta parte de nuestras fuerzas empeñamos, nosotros los humanos contemporáneos, en efectuar esa demostración de nuestra superabundancia, - y en qué basamos nosotros esa demostración y esa superabundancia.
Un tópico nos diría que el patrón es hoy en día, para el ser humano, la riqueza, el dinero, pero podríamos entender que ello apunta más bien al poder que la riqueza otorga (el poder del dinero). ¿Hace la riqueza de nosotros seres exuberantes? Quien alardea de su riqueza, ¿demuestra superabundancia?... La cosa cuadra bien...
Pero, ahora, otra pregunta: si alguien alardea de su sabiduría, ¿no demuestra superabundancia? Quien alardea de amabilidad, ¿no demuestra superabundancia? Quien alardea de músculos, ¿no demuestra superabundancia? Quien alardea de vicios, ¿no demuestra superabundancia? Quien alardea de rápido, o quien alardea de lento, ¿no demuestra superabundancia? Quien alardea de alto, o de bajo, ¿no demuestra superabundancia? Quien alardea de listo, o quien alardea de necio, ¿no demuestra superabundancia? Quien alardea de pobre, ¿no demuestra también superabundancia?... Al ser humano le basta con alardear...
329 · A: - Sé que las comparaciones son odiosas, pero está claro que al hombre se le puede comparar muy bien con los animales.
B: - ¿Compararles? ¿Cómo que compararles? ¿No es el ser humano un animal, y punto?
330 · El ser humano es un anatema.
331 · Hay profesores de filosofía que hacen mucho daño a la filosofía. Casi todos, pero unos pocos especialmente. Yo tuve por lo menos a dos, muy conocidos ambos (de nada serviría dar sus nombres). La palabra adecuada para definirles a ellos y a sus discursos es el de "embaucadores". De entrada, ellos son sus respectivos discursos, se identifican totalmente con ellos, viven en ellos como sólo saben hacer los grandes comediantes. No negaré que ello es un arte, y además poseen otros dos: el arte de la retórica y el arte del estudio enciclopédico. Estos profesores de filosofía, que ante la sociedad son los filósofos contemporáneos, saben hablar muy bien, y son muy leídos, y por ello mismo es muy difícil conversar con ellos, y para qué hablar de discutir. Están diseñados para el escenario, para la clase, para la sala de conferencias. Son grandes conferenciantes, capaces de hablar sin titubear ante cualquier multitud. Su discurso es ante todo bonito, y siembre planea sobre bonitas ideas. Incluso al recrear aspectos ásperos o crueles de la realidad, la propia forma de su discurso, la ingeniosa exposición de la trama, los giros inesperados, propios sólo de los mejores guionistas, hacen que uno se quede embelesado, con la sensación de que en cualquier momento aparecerá la clave que revele todo el enigma y que dé sentido a todo lo que se está diciendo; pues es todo el tiempo un ir y venir entre referencias, citas y frases de inmejorables factura, pronunciadas siempre con el ímpetu justo, con el gesto y el aspaviento adecuados, como si hubiera sido ensayado mil veces. Y siempre esa misma broma, el momento mágico de la guasa y el despiste, cuando el mago se cambia las cartas, cerrando el espectáculo con otra frase magistral, de esas que conmueven a más de una boca abierta. Por supuesto que hasta aquí llegan todas mis alabanzas, en reconocimiento de un arte que muy pocos poseen. Y he de añadir que yo mismo he gozado y gozo de ellos y de sus discursos, más lo hago como el que goza de un buen comediante que trabaja con un buen guión. No seré yo quien les quite ese mérito. Pero, ¿qué es de la filosofía? Nada. Absolutamente nada.
Ah, y he de explicar por qué creo que ello hace daño a la filosofía. Evidentemente, porque hace de ella esa nada, porque la reduce a retórica y enciclopedia. No digo que el filósofo no deba tener algo de cómico. Antes bien, defendería que no debería existir en absoluto la etiqueta (iba a decir categoría) de "filósofo", o sencillamente aclarar que se trata de una cuestión "profesional", como quien se dedica a un género particular del espectáculo. Cualquier científico que esté investigando es cien mil veces más filósofo que esos comediantes. Cualquier que discuta con otros en un bar sobre cualquier tema es más filósofo que ellos. Si no lo llamamos así, es porque tienen prisionera a esa palabra. Se sienten sus herederos legítimos. La universidad, su división es facultades y especializaciones, su intención de adiestrar "profesionales cualificados", eso es lo que verdaderamente ha hecho daño a la filosofía. Por supuesto, que cualquiera entiende que para estar en posición de entender y dominar el pensamiento de un Derrida, de un Quine, incluso de un Wittgenstein, de un Kant, o incluso de un Descartes o un Platón, penetrar en sus discursos en su verdadera profundidad, es cosa que sólo puede lograrse con años y años de estudios. Cada pequeña rama del saber es hoy tan larga y tan profunda que uno solo puede aspirar a una o dos de ellas, si quiere estar a la altura de ser puntero y creativo en cualquier campo. La cosa está difícil, y sólo los más esmerados estudiantes llegan a ese nivel, y pos su propio mérito ganan las plazas de profesor en las universidades. En el caso particular de la filosofía, se obtiene como resultado que los profesores son única y exclusivamente "buenos estudiantes", mas en ningún caso han demostrado nunca ser "buenos filósofos". Naturalmente, nadie en la sociedad está en posición de juzgar eso, salvo ellos mismos, que sentados en sus cátedras atesoran su "disciplina", y así, buenos o malos, los filósofos son ellos: eso queda desde el inicio fuera de toda discusión. Y no es más que una rueda que gira sin ir hacia ninguna parte. Lo que ellos cocinan, ellos se lo comen. Hacia fuera solo quedan embaucadores discursos, y una extraordinaria sensación de "dominio en la materia". ¿Quién puede seguir el discurso de un de estos profesores, que tan pronto cita a Kant como a Kafka, Monty Python o Merleau-Ponty, y capaces de poner en una frase tres palabras que no entiendes, acompañado de un "dicho técnicamente" o un "para economizar palabras"? Con todo, siempre deben dejar claro que ellos son los profesionales de la filosofía, como quien dice: "nosotros dominamos los arcanos del saber", "nosotros los doctos", "nosotros los sabios", "nosotros los filósofos". Pero sólo son comediantes.
¡Ay! Para mí la filosofía es otra cosa toto genere distinta.
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