WANDERER

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2018



436 · ¿Qué es música? Toda la música de vanguardia ha repetido una y otra vez esa pregunta. Todo el arte de vanguardia ha preguntado sistemáticamente qué es el arte... ¿Pues no será, entonces, precisamente, la propia pregunta arte? "¿Qué es música?", ¿no será ya música?... ¿Y por qué no?

437 · Y uno podría acogerse ahí a la fórmula de Pascal: "Arrodíllate, mueve los labios en oración y creerás". Lo que haría que la pregunta "¿Qué es música?" se convirtiera en música, sería simplemente que cierta colectividad se comportara como si lo fuera... ¿Qué forma tendría ese comportamiento? Eso sólo puede saberse a posteriori: cuando alguien lo crea, lo sabremos...

438 · [Extracto de una conversación en Facebook]. Si reconocemos que nuestra ideología es sólo relativa y no una verdad absoluta, entonces, ante las cuestiones morales tenemos dos opciones: 1) enfocarlas ideológicamente, expresando nuestra propia ideología/moral y tratando de que esa sea la que impere (convenciendo a los otros o imponiéndolo por la fuerza), tal y como ha ocurrido siempre, y que se traduce en la tozuda disputa moral, que es indisoluble porque no atiende a razones absolutas, sino sólo a razones ya ideológicamente mediadas, o 2) tratamos de ser filosóficamente cautos, y entonces tratamos de buscar vías de discusión que minimicen la referencia a toda "esencia" y a toda "moral", algo que nos permita atender a los casos concretos, a cada caso como concreto y singular, y a la ideología y moral de los concretamente implicados. ¿Quién tiene que decidir sobre los asuntos de mi más pura singularidad, como es el hecho de parir o no parir? Si ante un dilema tenemos que recurrir a una ideología que sirva de criterio de valoración, cero que habría de recurrir aquí a la ideología de quien va a parir o a no parir. Llegar desde fuera y decirle: "si abortas, eres una asesina de seres humanos", es ser un tanto dogmático y poco respetuoso con la moral ajena y con el cuerpo ajeno, en fin, con la vida ajena. Respetar a otro no es sólo dejarle opinar en Facebook, es por encima de todo dejarle vivir, incluso apoyarle en tu propia inconformidad. No puede tratarse sólo de apoyar las causas que coinciden con tu propia causa. Ser respetuoso significa saber apoyar también la causa ajena.

439 · [Extracto de una conversación en Facebook]. Respetar a otro es dejarle vivir como cree que debe vivir. El antiabortista piensa entonces que en el acto del aborto no se está respetando a ese embrión, al que no se le deja vivir. Obvio que ese "respeto a la vida del embrión" se sostiene en esa ideología que humaniza a los embriones y se les dota de valor moral. Un antiabortista puede pisar hormigas sin problemas, y matar toros por diversión, por ejemplo, pero no puede matar embriones humanos porque los considera ya humanos de pleno derecho. Cuando un antiabortista se vea en el dilema de abortar o no abortar, decidirá en base a esa ideología suya y no abortará, y yo le apoyaría en su decisión, porque le respeto. Otras personas creen que el valor moral de los embriones no está a la altura del bienestar de la mujer embarazada por accidente o porque la han violado. Respetar a esta mujer cuando decide abortar significa apoyarla en esa decisión aunque no fuera lo que nosotros hiciéramos en su lugar. Eso es respetar. Tú, por lo que entiendo, entrarías de nuevo al trapo diciendo que no se respeta entonces a ese embrión humano, pero es una discusión ideológica sin salida, pues para mí no es todavía propiamente humano, o no tiene el valor moral que tu ideología pretende. ¿Entonces? Podemos introducirnos en una discusión tozuda y sin salida hasta que suenen las trompetas del juicio final, o podemos intentar respetarnos, apoyarnos en nuestra diversidad. Esto es respetar al prójimo.

440 · La.

441 · [Extracto de una conversación en Facebook]. ¿En qué consistiría si no el respeto? Es muy fácil decir: "respétame". Pero no es tan fácil respetar a los demás. O digamos que es fácil respetar al otro cuando piensa y actúa como nosotros, o sea, cuando no necesita de nuestro respeto porque valora y actúa como nosotros mismos lo haríamos. Lo difícil es respetar al otro cuando es OTRO, cuando es distinto a nosotros y no piensa ni actúa como nosotros. El reto de la diversidad es ese, no otro. Querer imponer tu propia ideología, ese ansia civilizatorio de querer decidir por los demás, eso es pura barbarie: incapacidad de respetar al otro en tanto que otro. Vive y deja vivir.

442 · [Extracto de una conversación en Facebook]. Efectivamente, a ti un acto puede PARECERTE deplorable en sí, pero lo cierto es que ES deplorable sólo en relación a cierta moral (porque "ser deplorable" es un juicio moral, requiere de una moral que lo sostenga...). Todo juicio moral es, obviamente, relativo a la moral desde la cual se expresa. Entonces simplemente entiendes que TU verdad es LA verdad, y no estás dispuesto a aceptar que es tan sólo UNA de tantas como hay, ha habido y habrá. Lanzas tu juicio desde las alturas intocables de una moral incuestionable. Lo mismo exactamente que aquel que aborta, que no da valor moral al embrión y lo hace desde su propia cumbre. No sólo es moral la moral cristiana, faltaría más. Sabemos perfectamente que no todo el mundo piensa como nosotros, que hay una infinidad de maneras de ver y valorar el mundo que nos son absolutamente incomprensibles, y que pueden parecernos directamente "inhumanas" (a pesar de saber que todos esos OTROS también son seres humanos de pleno derecho). Creo que el respeto pasa por evitar los juicios morales. El juicio moral debe lanzarlo uno sobre sí mismo solamente, auto-evaluarse para intentar ser cada vez mejor según tus propias metas, según tus propios valores. Cada cual los suyos para juzgarse a sí mismo y solo a sí mismo, y dejar que los demás se desarrollen en sus propias direcciones. Podemos aconsejar a otras personas, compartir nuestras visiones y valores, darles nuestro ejemplo por si pudiera servirles, pero no para juzgarlos, no para decirles lo que tienen que hacer, no para incriminarlos, etc. ¿No te suena esto? "No juzguéis y no seréis juzgados". Cristo era mucho más listo que casi todos los cristianos. Hay muy pocos verdaderos cristianos.

443 · [Extracto de una conversación en Facebook]. Quizá bastara con entender que el ser humano es "diverso", y que se trata de una diversidad irreductible. Lo que tú (junto a todos esos educados como tú) llamas "humano" no es lo humano EN SÍ, es solo tu visión, tu idea de lo que es. Yo tengo otra idea. Y otros muchos tienen otras ideas. Otra cosa que deberíamos entender es que el relativismo no es tanto una ideología como una forma filosófica de enfrentarse al problema de la ideología y de la diversidad ideológica. Por supuesto que yo tengo una ideología, pero no es precisamente la "relativista": esto no existe; uno tiene unos valores y una forma de ver el mundo, la que sea. La diversidad es un hecho. El relativismo es simplemente la toma de conciencia de esa diversidad. Tú puedes pensar que el relativismo no existe, pero es una somera estupidez, pues existe en tanto que existe la diversidad. El puro hecho de que tú y yo estemos discutiendo, que no tengamos la misma idea sobre el ser humano y sobre lo valioso, es ya prueba de la diversidad y, por ende, del relativismo. Nunca estaremos de acuerdo en nuestra manera de ver y valorar el mundo, y de hecho en lo único que podríamos estar de acuerdo es en que no estamos de acuerdo, es decir, que somos diversos.

444 · El filósofo es el que quiere saber; pero, como no logra saber nada, al final debe inventarse lo que sabe. Esto es lo que tienen en común filosofía y poesía. Sólo que el poeta no quiere saber, tanto como revelar lo que no sabe. El filósofo no es menos mentiroso que el poeta, pero sí pretende engañarnos haciéndonos creer que sabe. La filosofía es engañosa; no así la poesía.

445 · Dime por qué te indignas, y te diré que clase de chusma eres...

446 · Creo que el problema de los filósofos es no atender ni entender lo suficientemente bien hasta qué punto el lenguaje en general y el suyo en particular es una trampa: no terminan de entender que el discurso filosófico sólo legítima un modelo de pensamiento y de racionalidad muy particular, etnocéntrico por antonomasia y vocación: el punto de vista intelectual que desdeña cualquier otra aproximación al mundo (cuando la intelectualidad es pura mitología). Por otro lado, el problema de los artistas es pensar que contribuyen a alguna suerte de progreso o de transformación cultural, social o política hacia un futuro mejor o hacia alguna utopía (en especial los vanguardistas transgresores políticamente comprometidos, al estilo más puramente modernista), cuando en mi opinión sólo legitiman una tradición histórica perversa e hipócrita. Y queda ahí el arte como cumbre y trofeo ostentoso de la cultura, encumbrado por la misma intelectualidad. Como la filosofía, la ciencia y la intelectualidad en general, la actividad artística sólo contribuye a perpetuar una cultura abominable. En cuanto una acción, por transgresora o contundente que sea, se auto inscribe en el territorio de lo artístico, nuestra cultura del simulacro la convierte en pura ilusión, en puro disfraz de rebeldía, de lucha y de progreso (como la típica camiseta con la cara del Che). En fin, que no hay nada que salvar de nuestra cultura, pues todas las cosas están trabada entre sí; cada rincón de la cultura legítima el resto del castillo. Para mí, la única acción honesta e inteligente es dar la espalda y buscar la felicidad en la caverna y en la bondad infinita del sol, regateando en los márgenes del sistema, entrando y saliendo de él como los piratas... Comprometerse con cualquier forma cultural establecidas es comprometerse con el todo. Quien confía en el arte y en la tradición artística, está confiando en el porvenir de esta cultura enferma. También, por supuesto, quien confíe en la filosofía, en la ciencia... Y mientras tanto la vida sigue su curso brutal y caótico, y se ríe de toda intelectualidad.

447 · Ya sólo entiendo el arte asociado a la ingenuidad del mito y el rito. En ningún caso puedo ya vincularlo al terreno de la intelectualidad, menos aún al terreno del conocimiento o al de la contribución social. Todo ese arte contemporáneo vinculado a la intelectualidad, políticamente comprometido, no es, en verdad, nada distinto de esa ingenuidad.
La ingenuidad  por su parte, no es para mí necesariamente negativa o perniciosa para el espíritu. La ingenuidad es virtud cuando se desenvuelve con inocencia. La ingenuidad auténtica no se plantea siquiera si ella es ingenua o no. Es tan ingenua, tan inocente, que los mitos y ritos que la hacen bailar y cantar flotan en la algarabía del misterio y contribuyen a su celebración. La ingenuidad de nuestra cultura es de otra clase muy distinta. La ingenuidad de la intelectualidad, la ciencia y la racionalidad constantemente se repite a sí misma que no es ingenua  y que con ella muere la ingenuidad: el arte en la era moderna quiere ser un arte consciente y consecuente, un arte intelectual que quiere contribuir al entierro de la ingenuidad, aunque sea como las flores que adornan la lápida. Así este arte ya no flota en la algarabía del misterio y su canto ya no es en modo alguno una celebración: el artista intelectual y políticamente comprometido lanza su canto más bien como una denuncia y a través de ella encuentra su propia justificación. El arte moderno necesita ser justificado, y es ahí donde muestra su ingenuidad no inocente. Rehuye de ser inocente. El verdadero creador se rige sólo por un "porque sí", por un "porque puedo": ésa es toda la justificación que necesita el verdadero creador, ingenuo e inocente. El artista que justifica su obra en un discurso, en una reivindicación, en un pasado o un futuro, en fin, en una "idea", no hace más que subrayar el marco de sus limitaciones, atestiguando una carencia: su falta de espíritu creador. El verdadero creador, insisto, es aquel que no se justifica, que no quiere justificarse y que no podría justificarse. Pues, ¿quién, si no es él mismo, está en posición de pedirle cuentas al creador? ¿Porqué habrían de frenarle al creador las cuentas que otros hicieran? El artista intelectual y políticamente comprometido se justifica a través de su tarea, cuando entiende y presenta sus obras sólo como un medio para un fin superior a ellas mismas (el cambio social hacia un mundo y un futuro mejores...). Por ello estas obras no celebran, sino que se hunden en el fango. Las obras del verdadero creador, sin embargo, no piden nada, ni pretenden nada más allá de sí mismas: ellas representan su propia justificación. No son un medio, sino un fin. De hecho, ni siquiera son un fin, sino sólo huellas en el camino del creador. Porque, en definitiva, la verdadera y única obra del creador es el creador mismo, él mismo como creador de sí mismo: el espíritu libre. Para el espíritu libre, todas sus acciones u obras deben ser una celebración de su libertad.

448 · Pondré un ejemplo del modo en que la racionalidad científica fabrica mitos que contribuyen a su propia justificación. Pues la racionalidad científica pretende ser y se presenta a sí misma como anti-mitológica, como destructora de mitos y supersticiones, cuando ella misma se levanta sobre la base de antiguas supersticiones y mitologías que constantemente se reformulan desde la misma ciencia. Como actividad productora de lenguaje, la ciencia es productora de mitologías. Un ejemplo claro, como decía, es el de haber llamado a nuestra especie "homo sapiens": el hombre que sabe. Hay quien puede decir que un nombre es solamente un nombre, una etiqueta, cuya importancia está en su significado, en aquello que designa: podría llamarse de otro modo y nada cambiaría. Pero quien piensa así se equivoca. No es trivial que la racionalidad científica, en el esplendor de la Ilustración (s. XVIII), eligiera el término "sapiens" para designar científicamente al ser humano. El hombre que sabe: el hombre que ha llegado a la ciencia. Más honestidad se hubiera demostrado llamándolo "homo falsus" (el que miente y se miente a sí mismo sobre lo que sabe) o, en el mejor de los casos, "homo creator" (el que crea o es capaz de crear lo que sabe). Llamarlo "homo sapiens" solo responde al deseo de consagrar la racionalidad científica. Una designación como ésa no es en absoluto inocente. Cuando en la escuela nos la enseñan, todos nos regocijamos en esa promesa de sabiduría. Naturalmente, el ser humano no sabe nada; y llamarse a sí mismo "homo sapiens" lo demuestra...

449 · Para mí, la intelectualidad tiene su cumbre y su límite en figuras como Nietzsche, Wittgenstein o algunos otros pensadores y/o artistas que han suscrito críticas y pensamientos semejantes: posiciones honestas, destructivas respecto a sí mismas y anunciadoras de lo que habría de llegar para superarlas: la pura acción desenvuelta en una libertad conquistada (de librepensadores, hemos de llegar a libreactuadores). Solo puedo admirar la intelectualidad allí donde ella se hace consciente de su limitación y, en verdad, de su engaño y su fatalidad. Pues con la intelectualidad no puede irse más allá de la anunciación. Figuras como Nietzsche o como Wittgenstein, en tanto que intelectuales, señalan el camino, pero no lo recorren (si lo recorren, no será en tanto que intelectuales, sino ya en tanto que seres humanos en su cotidianidad, en su manera de estar en el mundo). El auténticamente liberado no podría ser nunca un mero intelectual, ni creo que pudiera parecerlo. No sería nunca por medio del intelecto que ni él ni nosotros llegáramos a apreciar su soberana libertad. El "intelecto" no sería el músculo que el libreactuador precisamente movería para mostrar y celebrar su libertad. Su libertad habríamos de apreciarla en todo su cuerpo a la vez, de los pies a la cabeza. En su forma de vida. En su ejemplo de vida. Y no sería la vida de un intelectual.

450 · La ciencia, la filosofía, el arte: son cumbres indiscutibles de nuestra cultura. Son estandartes. Preservan el orgullo de lo que está elevado, encabezan nuestra esperanza y expectativas de progreso, culminan nuestro alarde de (auto)conciencia y de (auto)crítica. Gracias a ellas entendemos que nuestro mundo está hecho un desastre, y que lo está por nuestra propia culpa, pero también vemos en ellas la vía de escape, la solución o, al menos, la herramienta. Aún no tenemos la solución a los grandes problemas que engendramos, pero presumimos que esa solución vendrá por medio de contribuciones científicas, filosóficas y/o artísticas, o no vendrá; pues el arte, la filosofía y la ciencia están aquí para eso. Ahí reside la mayor contradicción y perversidad de esta cultura cínica. El artista, el filósofo, el científico, deben convencernos de que están aquí para sacarnos de la ignorancia, para impulsarnos a la crítica cultural y al cambio de nuestras formas de vida; pero no es así, cabalmente, ya que la ciencia, la filosofía y el arte son la base de la cultura. El artista, el filósofo y el científico son quienes más gravemente contribuyen hoy a perpetuar nuestra forma de vida, esto es, a perpetuar el origen de todos esos problemas que, desde luego, no van a solucionarse por ahí. El arte, la filosofía y la ciencia están ahí para que nos sintamos orgullosos del gran conocimiento, de la gran conciencia crítica y de la gran innovación, del espíritu de movimiento y de cambio que nuestra cultura nos inspira. Por eso no hay en ellas una verdadera crítica cultural. Su crítica cultural tiene la profundidad de un charco. Porque no son suficientemente autocríticas.

451 · En una conferencia de una reconocida conferenciante americana que trabaja sobre "critical thinking", ella intenta convencernos de que los grandes problemas a los que se enfrenta la humanidad (políticos, económicos, demográficos, ecológicos, humanitarios...) sólo pueden enfrentarse y solucionarse mediante el pensamiento crítico. Esto suena muy bien en nuestra sociedad; desde las esferas intelectuales nunca se afirmaría otra cosa. Pero es falso. La conferenciante casi da a entender que el pensamiento crítico es un invento de la filosofía contemporánea, algo que ella misma quiere culminar y enfocar hacia la solución de esos grandes problemas. Obviamente no es así. Nuestra civilización es la causante de esos problemas, y nuestra civilización es impensable sin la filosofía entendida como pensamiento crítico, como revisión constante de principios y teorías que llevan a la ciencia y al desarrollo técnico y social, al crecimiento constante, al "progreso". El causante de todos esos grandes problemas no es otra cosa que el progreso. Y el pensamiento crítico, siempre con sus buenas intenciones de progreso, no ha hecho otra cosa que hacernos transitar de un género a otro de barbarie (Benjamin-Adorno).

452 · El problema del pensamiento crítico es no ser llevado nunca hasta su verdadero límite, que no es otro que el propio pensamiento crítico. Por supuesto, esto es algo que nunca harán esos filósofos profesionales de la universidad o las academias, pues perderían su trabajo. Los filósofos son capaces de criticarlo todo, menos a sí mismos. El problema no es, pues, la crítica, sino la falta de autocrítica de la crítica.

453 · La crítica cultural no ha comprendido todavía que el pensamiento, entendido en toda su amplitud, es sólo una herramienta en manos de un animal egoísta y embustero como sólo el ser humano puede llegarlo a ser, precisamente gracias al poder de ese pensamiento. El pensamiento crítico es, seguramente, la forma más refinada del pensar humano, la más eficiente y poderosa; pero esto sólo quiere decir que es la herramienta más peligrosa en manos de ese animal. El pensamiento crítico muy rápidamente debe traducirse en poder. De hecho, la conferencia de la que antes hablaba, impartida en el contexto de la universidad, empezó en una vanaglorias humanistas, pero terminó siendo una colección de consejos para que esos jóvenes oyentes lograran su ansiado "éxito", en un sentido meramente profesional, personal: un natural uso del pensamiento crítico con fines perfectamente egoístas. Y conste aquí que yo no tengo nada en contra de los fines egoístas, tan naturales como son en un animal de nuestra especie; lo que me llama la atención es la completa falta de honestidad.

454 · La crítica cultural no ha aprendido a ser honesta porque eso no depende de ella. Lo último que ella quiere es desaparecer; pero de hecho sólo sabe caminar en esa dirección, hacia el abismo. Entonces, sencillamente, es el pensador crítico el que se detiene y da un salto hacia atrás; y actúa como si no hubiera pasado nada. Es inevitable que la crítica vaya socavando todos los supuestos y todos los principios sobre los que se sostiene la cultura, y en su propia voluntad de poder sabe que no debería quedar ningún supuesto o principio sin socavar. En su noble corazón, la crítica sabe que tarde o temprano tendrá que poner sus manos sobre el suelo que la sostiene a ella misma. Si pensadores críticos como Nietzsche o Wittgenstein son realmente importantes, es porque realmente no dejaron tierra sin remover, ni suelo sobre el que pisar. Mostraron que tal cosa era posible, que sólo hacía falta ser honesto y dejar avanzar a la crítica sin compasión. Entonces todo se viene abajo; pero al mismo tiempo todo se abre...

455 · El supuesto de la crítica, el suelo sobre el que se sostiene, es la idea de que hay ciertos problemas que deben ser solucionados mediante la crítica. Paradójicamente, cuando la crítica socava su propio suelo, sus problemas también desaparecen. ¡No hay ningún problema que solucionar! Y la celebración de esta proclama consiste en ser libre.

456 · Para ser libre, ciertamente, habría que dejar atrás la crítica cultural, y empezar a vivir celebrando su final: no sentirse sometido a la mediocridad de la cultura. Esto quiere decir que yo, en este momento en que elaboro mi crítica cultural, no estoy siendo todo libre que debería ser, pues, efectivamente, en este justo acto no me siento celebrando. Lo empiezo a celebrar en cuanto dejo de escribir en este documento; pero, cabalmente, de toda esa parte no puede quedar constancia... ¿Por qué hago esto entonces? ¿Qué me empuja a escribir una crítica cultural? Supongo que, de primeras, lo mismo que empujó a Nietzsche o a Wittgesntein... Pero a ellos aún debería entenderlos más que a mí mismo: fueron pioneros. Fueron los primeros en llevar la crítica hasta el final y en los propios términos de la crítica (Shopenhauer les educó para ello). El suyo era aún un descubrimiento fabuloso, cuya exposición y redacción merecía sin duda la pena. Con sus textos (autocríticos y, como tales, paradójicos) debía cerrarse el círculo de la intelectualidad. Hicieron lo que tenían que hacer, lo que no hubieran podido dejar de hacer. Pero tenían que haber sido los últimos. Las generaciones de filósofos posteriores, cada vez más especializados y profesionalizados (industrializados), cada vez más claramente pertenecientes a las élites académicas e intelectuales, cada vez más alojados en su pequeño nicho de poder (institucionalizados en su torre de marfil), hicieron caso omiso de las críticas y enseñanzas nietzscheanas o wittgensteinianas, y continuaron cínicamente con una tradición que oscila entre vivir de lo pasado (historia de la filosofía) o conformarse con ser una crítica siempre demasiado superficial (nunca los suficientemente autocrítica). En el momento en que uno empuja a la crítica hasta el límite de su propio sacrificio, todo el ensueño de la razón se desvanece. Y uno puede ver entonces, con perfecta claridad, que todo lo que queda detrás de esos filósofos profesionales y académicos es su voluntad de poder: su trono en la cumbre de esta cultura.
Volviendo a la pregunta: ¿por qué hago esto? Sólo podría justificar mi acción por tres razones, tratando de ser honesto: A) Porque fui criado en el seno de esta cultura, engañado pensando que la intelectualidad tenía un sentido, rodeado de personas queridas que tienen la intelectualidad por bandera y que me alentaban por hacerme llevar también esa bandera a mí; y me he formado filosóficamente en el seno de la cultura académica, con profesores que explican a Nietzsche o a Wittgenstein y ellos ¡como si nada!, ¡como si no fueran con ellos!, dando crédito y supuesta continuación a la tradición filosófica, como si tal cosa tuviera un sentido incuestionable... Es entonces fácil suponer que yo, al encontrarme cada a cara con estos pensamientos, con la crítica llevada hasta su límite, viva esto también como un hallazgo digno de ser expuesto y reformulado una vez más... Pero, ¿por qué una vez más? ¿Por qué no darle sencillamente la espalda? Aquí llega la razón B) Hago esto porque aún habita en mí la sensación de que la intelectualidad tiene un sentido, a saber: podría ayudar a otros a convencerse de que realmente no tiene sentido. Al igual que hiciera Wittgenstein en su Tractatus, yo debería convencer a mis lectores de que todo esto es absurdo; como el Zaratustra de Nietzsche, yo debería pedir a mis lectores que renegasen de todo esto; y no sólo por lo que aquí se dice, sino por lo que hago: debería limitarme a vivir lo más libremente que pueda; y entonces no queda claro porqué debo emplear mi tiempo de desengañar a nadie. Nietzsche y Wittgenstein ya lo hicieron suficientemente bien; yo sólo seguí con interés y honestamente sus pasos. Es posible, eso sí, que de cuando en cuando venga bien un recordatorio anti-intelectual lanzado desde la propia intelectualidad, pues yo hablo aquí a través de ella y en sus términos. Esto no deja de tener sentido en un mundo en el que la intelectualidad cree estar en un trono elevado, cuando en verdad se halla en medio del fangal. No está demás que alguien de su propio tiempo les recuerde su cinismo. Tampoco por hacer esto soy esclavo de la intelectualidad. No tomo esto como un trabajo, ni como medio de vida. Y esto me lleva a la tercera razón: C) Lo hago porque me gusta, porque sé hacerlo, porque me he formado para ello bajo el impulso de mis propias inclinaciones, porque me satisface escribir mis pensamientos, porque me hace más consciente de que la vida libre empieza tras cada punto y final...

457 · Vale mucho más el ingenuo de corazón que el intelectual. Porque el ingenuo de corazón simplemente vive; estará más o menos sometido a la voluntad de otros, estará más o menos poseído por los ensueños de su cultura, pero vive limpiamente en base a esos ensueños, y no tiene ninguna intención de cuestionarlos o criticarlos. Simplemente vive como los seres humanos vivimos: inscritos en una cultura. Lo que yo critico de la cultura intelectual es que no cumpla con el destino de la crítica, que no la culmine, que se dedique a picotear allí y allá, criticando todo un poco, pero sin llegar nunca al fondo de la cuestión. El intelectual se vanagloria y alardea ante los demás de su gran nivel de conciencia y de su continuo cuestionamiento de las cosas, pero en verdad no cuestiona lo que deben cuestionar. Son un fraude a la inteligencia. Yo sé que esos intelectuales simplemente viven, igual que el ingenuo de corazón, y hacen lo que se les ha enseñado a hacer: criticar las superficies de las cosas, dándole a todas sus críticas apariencia de profundidad, de control, de verdadera conciencia autoconsciente. Pero es un fraude. La pose del intelectual es la del sujeto comprometido, crítico e incluso anti-sistema; pero la realidad es que se halla a la base del sistema y desde ahí lo legitima.

458 · La intelectualidad tiene un sentido, un destino; pero ése no es otro que llegar al fondo y sacrificarse: la intelectualidad es una salida del laberinto de la cultura, como también podrían serlo la mística, la poesía o el arte, pero sólo cuando son llevadas hasta ese extremo en que ya todo se desvanece (incluidas ellas mismas) y el espacio queda libre. El objetivo es reconciliarse con la ingenuidad y desengañarse del estar desengañado...

459 · La filosofía, la mística o el arte pueden ser una salida del laberinto de la cultura en la medida en que pueden dejar de ser "filosofía", "arte" o "mística" y convertirse simplemente en vida.

460 · Si, al final, se trata de extraer una enseñanza, ésta rezaría algo así: "vive filosóficamente, artísticamente, místicamente"; lo cual, en una palabra, significaría: "vive libremente".

461 · El sentido de un texto es público: tiene sentido en la medida en que una colectividad se lo da. Yo escribo todo esto por la inercia de una tradición histórica, y tiene sentido en la medida en que esa tradición se lo da. Es la tradición de la filosofía como crítica cultural, expuesta por medio de discursos y textos. El estilo fragmentario y asistemático de estas notas no es tampoco un invento, claro está, sino que posee también una larga tradición: Nietzsche y Wittgenstein eran maestros de este arte, como antes de ellos lo fuera Pascal, y muchos otros antes que él (pongamos por caso Marco Aurelio). Obviamente, la chicha está en el contenido, pero éste, en mi caso, tampoco alberga novedad alguna, ya que, como insisto una y otra vez, ya todo lo importante lo expusieron y certificaron Nietzsche y Wittgenstein, y más allá no se puede ir con la crítica. Quizá mi única aportación es un convencimiento renovado históricamente, un convencimiento actualizado. Nietzsche y Wittgenstein estaban convencidos (sólo hay que recordar el prólogo del Tractatus: "la verdad de los pensamientos aquí comunicados me parece intocable y definitiva", dice); ahora tenían que convencer a todos los demás (eran pioneros). Un siglo después, apenas sí han convencido a nadie; y es eso mismo lo que a mí definitivamente me convence. Hubiera podido ocurrir que, en efecto, Nietzsche y Wittgenstein fueran dos figuras más en el estrellato de la historia de la filosofía; en tal caso, filósofos posteriores habrían comprendido, asimilado y superado sus pensamientos. Yo estoy aquí para atestiguar que todos los filósofos que desde entonces y hasta hoy han parloteado y parlotean son tan sólo historiadores de filosofía o críticos superficiales, y los mejores sólo han suscrito y reformulado el límite. Ni un sólo paso más allá. ¡Porque la crítica no resiste a su autocrítica! Todo aquel que lleve la crítica hasta el extremo, verá por sí mismo lo que sucede. Desde aquí (desde el mero texto) uno sólo puede señalar hacia las puertas, pero no es tarea del texto el hacernos entrar. Ahí reside todo el asunto. En tanto que texto, todo esto que escribo es susceptible de ser analizado y escrutado textualmente (estilísticamente, argumentalmente, etc.), y es así susceptible de entrar como un texto más en la tradición de los textos filosóficos. Nada distinto a eso ocurrió con los textos de Nietzsche y de Wittgenstein. Hace poco un colega vinculado a la academia de filosofía me decía con entusiasmo que debía escribir un artículo sobre esta lectura de Nietzsche y de Wittgenstein que les pone uno junto a otro... Pero, ¿qué lectura y qué lectura? Ese artículo sería recibido como una nueva "aportación" al universo de la historiografía filosófica, un nuevo comentario del comentario del comentario... Y luego algún erudito o algún doctorando leería ese texto y haría sus propios comentarios, y así sucesivamente. No tendría el más mínimo sentido. También podría escribir un artículo exponiendo en síntesis y con claridad mi crítica a la intelectualidad, pero es poco probable que alguna revista quisiera publicarlo (a nadie gusta tirar piedras sobre su propio tejado; hay que ser muy honesto para eso, y la honestidad escasea). Y, aunque se publicara, lo más que conseguiría es generar cierta controversia, cierto revuelo en el mejor de los casos, el cual incitaría con suerte a que alguien se lanzara a la palestra en defensa de la intelectualidad, esto es, en defensa de esta mezquina y cínica cultura, y usaría sus mezquinos y cínicos argumentos, e iniciaría así un nuevo debate que sólo realimentaría la tradición. Y lo más de lo más que uno podría conseguir, es que en ese proceso alguien inteligente y sensible capte la idea esencial y haga el esfuerzo de empujar todo su mundo por ese coladero; y un nuevo alma se habría liberado.

462 · Casi todos los intelectuales que conozco lo son por una especie de compromiso con la sociedad. Ven en el sistema un monstruo, y trabajan en elaborar y lanzar sus críticas. Lo que no entienden es hasta qué punto su intelectualismo crítico legitima la totalidad del sistema. La colección de críticas parciales no lo hieren. Lo único que puede herir al sistema es, sencillamente, no seguirle el juego. Incluso los actos intelectuales más experimentales y transgresores (como los desarrollados en el seno del arte de vanguardia más radical) llevan consigo el hedor inconfundible del sistema; lo llevan en el momento en que se auto definen como "arte", como "intelectualidad" y como "cultura". En nuestra cultura contemporánea, lo experimental y transgresor es sólo un juego más del sistema; un juego que además nos incita a sentirnos orgullosos de él, de las libertades y posibilidades que ofrece. El artista o el intelectual lanza sus críticas sobre el sistema, pero puede sentirse completamente seguros: la sociedad les contempla incluso con buenos ojos, al menos una gran parte de la sociedad. Lo peor que le puede pasar es que cierto público lo abuchee y que cierta crítica lo vapulee; pero ya está; eso forma parte del juego. Desde luego, la cosa empezaría a ser interesante en la medida en que las acciones del intelectual o del artista empezaran a entrar dentro de la desobediencia civil, el delito o la perversidad (quizá al estilo de un Marqués de Sade); pero muy pocos intelectuales llegan a eso (teniendo en cuenta que Sade es un niño al lado de lo que hoy puede encontrar uno en Internet). Me viene a la mente esa exposición/evento artístico en la Casa América de Madrid, en la que se dispuso una gigantesca raya de cocaína sobre una mesa, mientras un DJ ponía música, y aquello termino en una fiesta por todo lo alto (a medida que la ralla perdía sustancia). ¡Algo escandaloso!, dirían mushos. Sí; pero bajo el paraguas del arte no pasa nada. Recuerdo también que un amigo artista consiguió una ayuda gubernamental para realizar un proyecto que consistía en cometer ciertos delitos de desorden público, y pagar después las multas con la ayuda (la "obra" quedaría registrada en una serie de vídeos que mostraban sus fechorías); y ya está: después el mundo seguía estando donde estaba. Estos ejemplos muestra bien que, para que la crítica artística fuera realmente efectiva, debería dejar de ser catalogada como "arte", para convertirse en desobediencia o en delito puro y duro, en terrorismo cultural sin tonterías. Pero sería un disparate pensar que uno tiene algo que hacer contra los mecanismos de represión del sistema: si te pasas de la raya, si abandonas el refugio del arte y la intelectualidad, el sistema te caerá encima con toda su contundencia, y no habrás conseguido nada (así como nada consiguen al final los terroristas). Sólo se podría confiar en la llegada de una verdadera revolución social, donde la desobediencia se dispare y el caos desborde. Hay quien confía y espera esa revolución social. Los marxistas, incluso, están convencidos de que esa revolución llegará necesariamente, por imperativo dialéctico. Y yo no digo que no; probablemente llegará un nuevo periodo de caos y revolución que lo ponga todo patas arriba. Pero en modo alguno esperaría que de tal revolución naciera "un mundo mejor". El poder podrá cambiar de manos, pero la bondad, la fraternidad y la solidaridad no van a embargar a todo el mundo. Somos animales. Eso no va a cambiar nunca. Tras este sistema salvaje sólo llegará otro más salvaje. Porque el mundo deviene en el caos, en un perpetuo juego de infinitas fuerzas que fluyen en todas direcciones y que colisionan sin cesar. Eso es el mundo y así es la vida. Así ha sido siempre y así será siempre. No hay nada que mejorar. Puedes aceptarlo o no, pero eso ya es cosa de cada cual. No es cosa mía lo que haga nadie con su vida. Si el sistema me molesta, si traba mis movimientos, buscaré los márgenes, la "zona temporalmente autónoma" (Hakim Bey). Podrán llamarme egoísta por desentenderme de los asuntos públicos; podrán llamarme malvado por no dar mi vida en ayudar a los desfavorecidos (no ya a los actuales, si no a los del futuro). Pero lo que piensen sobre mí, ¿eso que le importa a este discurso que ahora despliego? La crítica a la cultura no es mía, ni de Nietzsche ni Wittgesntein. La crítica a la cultura la realiza la propia cultura: es el propio lenguaje el que posee límites; es la razón la que posee límites; y eso no es culpa de nadie. En cierto sentido, yo sólo soy un intermediario (quizá un "anunciador"). Esta crítica que yo despliego está ya a salvo de toda crítica, pues mi discurso es una exposición de la autocrítica de la crítica. Uno ya no necesita ni siquiera aducir muchas razones, pues quien está en situación de aceptar esto no necesita ya razones, y al que no está en situación de aceptarlo ninguna razón le valdría. Al final, si la intelectualidad fracasa es porque la opinión es mucho más fuerte que la razón.

463 · En contra de lo que una vez se soñó, diré que la opinión es más fuerte que la razón. Pues la razón necesita de razones, pero la opinión no necesita nada. Y detrás de cada razón hay siempre una opinión que la sostiene.

464 · Entiendo que una crítica a la cultura tan devastadora como está ha de parecer siempre fuera de lugar; y ciertamente lo está. La reacción de la gente, en general, no puede ser otra que decir: "¿Y entonces qué? ¿De qué sirve una crítica tan destructiva?". Yo podría decir algo del tipo: "para liberarse uno de las trabas que le pone la cultura". Pero lo cierto es que la crítica no sirve para eso. Como he dicho arriba, desde aquí sólo podemos apuntar hacia las puertas, pero es cosa de cada cual el abrirlas y entrar en ellas.

465 · A mí me parece muy bien que la gente disfrute haciendo arte o consumiendo arte, o que se diviertan con los enredos de la intelectualidad, pero sin ninguna otra pretensión. Cuanto más pretencioso, más ridículo me resulta.

466 · Un ejemplo de lo que me resulta ridículo: un montón de jóvenes en una sala de conciertos coreando temas anti-sistema y aclamando por una revolución contra los poderes económicos. No hay nada en esos actos que ponga un dedo fuera del sistema o que represente un indicio de revolución; es sólo una ocasión para emborracharse y entretenerse con amigos, un tiempo de ocio y de consumo aliado de los poderes económicos (empresas de bebidas e industria musical), perfectamente alineado con el sistema.

467 · Es muy fácil posicionarse políticamente a favor de medidas sociales y humanitarias en una conversación amistosa, mientras se disfruta de una cena copiosa en un ático en el centro de Madrid. Uno puede con facilidad mostrar indignación por los abusos del poder político y económico sobre los más desfavorecidos del planeta (p.ej. los refugiados); uno puede mostrar que esa indignación le afecta de veras, que le enfurece, o le entristece, o le disturba el ánimo, casi como si aquéllo no le dejara ser feliz... Obviamente, es todo un teatro. A los pocos minutos la conversación llega a otra parte; la cena es rica y abundante; la música exquisita; la compañía inmejorable... Gozando de los bienes de la vida, ¿quién se acuerda de esos pobres refugiados?

468 · Y uno puede llevar su posicionamiento político a las calles, y organizar manifestaciones que reclaman políticas sociales y humanitarias. Toda esa gente indignada, enfurecida, entristecida, casi como si aquello no les dejara ser felices y por ello salieran a protestar. Ahora el teatro dura lo que dura la manifestación. Luego todo se disuelve y los manifestantes se van de cañas, a comentar las mejores jugadas, cambiarán de tema, disfrutarán de la noche, y después todos a sus casas para seguir con sus vidas.

469 · El sujeto indignado y políticamente comprometido debería hacerse las siguientes preguntas: ¿hasta dónde alcanza realmente tu compromiso? ¿Hasta qué punto eres consecuente con todo eso que predicas? ¿Hasta qué punto tu indignación no es más que una pose aprendida? ¿Hasta qué punto los actos de tu vida cotidiana contribuyen con ese sistema que consideras tu enemigo?

470 · Constantemente me cruzo con sujetos indignados y políticamente comprometidos, y veo que visten ropa de ciertas marcas, que consumen productos de la grandes multinacionales, que tienen contratados servicios con las grandes compañías telefónicas o energéticas, que tienen coche y consumen gasolina, que no tienen reparos en viajar de vacaciones a la Conchinchina y que, en general, no tienen reparos en disfrutar los privilegios de la clase media en Occidente... En una conversación, pueden incluso posicionarse políticamente en contra de sus propios privilegios, y decir cosas del tipo: "no me importaría vivir peor, si fuera justo y todos viviéramos igual". Claro que su posicionamiento político no pasa de la opinión tertuliana o, a lo sumo, de su participación en manifestaciones y eventos así. Por suerte, nadie le obliga a tomar un fusil y salir a batallar contra esos poderes económicos que tanto le indignan. Para eso hay que alcanzar un nivel de compromiso y tener unas agallas al alcance de muy pocos. Lo que hay son muchas camisetas del Che.

471 · Para mí la figura del Che es admirable, no por sus consignas (que poco importan), sino por su convicción y sus agallas, por la intensidad con la que decidió vivir su vida.

472 · Claro que el activismo político y cultural hace que las cosas vayan cambiando, poquito a poco. Lo ingenuo es pensar que cambian a mejor. Los creyentes en el progreso y la civilización se jactan de decir que hoy vivimos mejor que hace 1000 años. Pero, ¿quiénes vivimos mejor? Y, ¿qué significa vivir mejor?

473 · Una cosa está clara: el mundo natural y material es extramoral. Nada es ni bueno ni malo en realidad. Las cosas pasan y eso es todo. La naturaleza puede destruir en un instante todo lo que conocemos, y se queda tan pancha. La vida, como parte del mundo natural y material, es extramoral. La hiedra exprime al árbol que le hospeda y se queda tan pancha; y el león asesina a las crías de los leones rivales, y se queda tan pancho también. Nos son ni buenos ni malos. Los seres humanos, como uno más de los seres vivos, como parte del mundo natural y material, somos también extramorales. El asesino, el corrupto, el villano... no son ni buenos ni malos. No en la realidad. Entonces, cuando hacemos un juicio moral sobre alguien, debemos tener claro lo que hacemos: estamos inventándonos algo. Cuando hacemos un juicio moral sobre el mundo, nos lo estamos inventando. Y detrás de esta invención no hay en realidad nada de índole moral. A la realidad le importa un bledo lo que hagamos los unos con los otros. A la realidad le importa un bledo que arrasemos el planeta y nos arrasemos a nosotros mismos. Eso ocurrirá seguro, y ningún estremecimiento recorrerá las estrellas infinitas.

474 · Yo sé que el impulso moral surge de la experiencia primigenia del dolor (que nos empuja a la huida, al rechazo, al ataque..) y del placer (que nos empuja al abrazo, al afecto, al cuidado...). Ya sé que hay individuos que nacen en posiciones donde pueden maximizar su placer y minimizar su dolor; y sé que hay individuos que nacen en posiciones donde el dolor se maximiza y el placer apenas se vislumbra. Pero eso no es culpa de nadie, o digamos que esa "culpa" no posee, en la realidad, ninguna cualidad moral (porque la realidad es extramoral). Si uno visita un bosque, verá en él árboles que han crecido grandes y frondosos, y otros que a penas han logrado alzarse unos palmos antes de morir a la sombra de los primeros y asfixiados entre sus raíces. Es pura cuestión de azar, de suerte o, si se prefiere, de la implacable necesidad que empuja toda la realidad. Es sencillamente lo que hay. Y es perfectamente comprensible que los individuos y pueblos más desfavorecidos maldigan a quienes se hallan sobre ellos, e inventen toda clase de mitologías y relatos que fundamentan esa moral: "los poderosos son malvados porque la codicia es mala y el poder corrompe, y porque la igualdad, la solidaridad y la fraternidad son buenas y elevan el espíritu". Pero también es perfectamente comprensible que los poderosos se desentiendan de esa moral y se limiten a disfrutar de sus privilegios. No hay en ello nada extraño. Lo extraño sería que un árbol, pudiendo crecer alto y robusto, por haber caído su semilla en un lugar privilegiado de una ladera, dejara de crecer para cederle luz y espacio a otros árboles cuyas semillas cayeron en peor lugar; eso, sencillamente, no sucede. Pretender que suceda en el mundo de lo humano es pretender que lo humano deje de seguir los designios naturales de la vida.

475 · Si analizamos someramente los grandes momentos de revolución política y económica de la historia de nuestra civilización, vemos que siguen un patrón. Primero, una sociedad dividida en tres sectores: los más poderosos (llámense emperadores, nobles, señores feudales o grandes empresarios), la clase media (llámense ciudadanos libres o burgueses) y la gran masa de trabajadores (llámense esclavos, vasallos u obreros explotados). De entrada, la clase media se asocia con el poder para aprovecharse del sustento de la gran masa trabajadora, viéndose respaldados por el poder (hay que tener en cuenta que los ejércitos, las fuerzas vivas de la sociedad, pertenecen en su mayoría a esta clase media, y obedecen los designios del poder para mantener su status quo). Si bien, por tanto, la clase media se siente afortunada por ser clase media, esto es, por no ser la clase más baja, también ha de sentir siempre cierta envidia por lo que están por encima. Esta clase media empieza a jugar entonces al juego de la doble moral: por un lado, siguen disfrutando de los privilegios de su posición y sus actos siguen siendo complacientes con el poder (para no enojarlo a la ligera), pero al mismo tiempo comienza a generar un discurso que se solidariza con los desfavorecidos y demoniza el poder, buscando la agitación de las clases bajas. Lo que la clase media quiere, en el fondo, es ocupar ella el poder con ayuda de las clases bajas. Así fue que los ciudadanos libres del imperio romano, aquellos que tenían ciertos monopolios, tierras e incluso ejércitos propios, fueron los que se convirtieron en señores feudales tras las rebeliones de esclavos y tras las diversas crisis que desquebrajaron el imperio. Los antiguos esclavos lograron su "libertad", pero su vida no dejó de consistir en trabajar para otros y bajo el dominio de otros. La larga Edad Media se caracteriza precisamente por una ausencia casi total de clase media, existiendo básicamente sólo señores y vasallos; pero siempre estuvo ahí el ejército y el clero como representantes de la clase media, y siempre existió un sector de burgueses medianamente acomodados. A lo largo de la Edad Media se produce un crecimiento paulatino de la burguesía como clase media, en un principio perfectamente afiliados al poder, pero poco a poco empezaría a brotar de esa burguesía esa doble moral que por un lado se mantiene junto al poder y por otro lo demoniza en nombre de las clases bajas; algo que tendría su apogeo en las ideas ilustradas que terminarían llevando a la revolución burguesa. Entonces la alta burguesía ocuparía los espacios del poder, y todos aquellos que habían sido vasallos ganarían el derecho al voto, los derechos civiles, etc., pero seguirían ocupándose de trabajar y trabajar. Para mediados del siglo XIX, con el auge de la revolución industrial, la sociedad quedaría escindida entre una clase dominante de altos burgueses y una gran masa de obreros. Pero no descuidemos el papel que adquirieron entonces las colonias: la intenacionalización de la economía. La auténtica mano de obra explotada se llevó cada vez más a las colonias (que, una vez independizados, pasarían a llamarse "países en desarrollo"), y los obreros de las naciones poderosas fueron poco a poco convirtiéndose en burgueses cada vez más acomodados, ocupando el lugar de una nueva clase media (con los grandes empresarios arriba y los trabajadores de los países en desarrollo por debajo). La nueva clase media empezaría entonces a soñar con el poder, y empezaría poco a poco a surgir su característica doble moral, manteniéndose en el conformismo de sus privilegios y demonizando al poder en nombre de las clases bajas. Según mi parecer, es eso exactamente lo que en la actualidad está llegando a una cumbre. Desde la gran clase media de los países ricos se lanzan sin cesar críticas sobre los poderes económicos y mensajes de solidaridad para con los desfavorecidos. Se llama a la revolución desde el ordenador, sin renunciar a ningún privilegio; se ruedan películas o series de TV millonarias cuyos mensajes denuncian las atrocidades del sistema, y esa clase media las aplaude desde el confort de su sofá. Se organizan manifestaciones por los refugiados sirios, y luego se disuelven las manifestaciones. Uno tiene hoy en Facebook el libro abierto de la doble moral: todo oscila entre publicaciones que muestran el goce personal de los sujetos que se sienten privilegiados (mis viajes al caribe, mis fiestas, lo bien que luzco en el trabajo, las fotos de mi último concierto o la portada de mi próxima publicaciones), y publicaciones en las que los sujetos denuncian, critican, protestan, se indignan o propagan moralinas solidarias y humanitarias en nombre de los desfavorecidos y contra los poderes del sistema. Ellos querrían que esas clases bajas se rebelaran de una vez contra los poderosos, y entonces encabezarían esa rebelión, con el único ánimo de ocupar el poder, conceder a los trabajadores alguna nueva clase de privilegio, de carácter eminentemente simbólico, pues su labor seguiría siendo la misma: trabajar. Eso sí, ahora estarán a un sólo paso del poder, y entonces el propio poder facilitará la creación de un nuevo estrato social más bajo...
Lo que quiero decir con todo esto es que, aún aceptando que el activismo termine conduciendo a la revolución y a la transformación del sistema político-económico, debe quedarnos claro que tal "activismo" no nace de la solidaridad ni se dirige a darle cumplimiento; nace de la envidia y de la codicia, y se dirige a conseguir el poder. Pues, ¿dónde están, si no, la libertad, la igualdad y la fraternidad?

476 · Lo anterior debe permitirnos juzgar el papel que jugamos en la sociedad contemporánea. La pregunta que debe hacerse el intelectual o el artista comprometido y crítico con el poder, es: ¿en qué medida participas de esa doble moral antes descrita?

477 · Y tengo claro que el intelectual o el artista comprometido y crítico con el poder, nunca podrá responder a tal pregunta honestamente. Su estrategia consiste en camuflar su envidia y su codicia por lo de arriba tras la imagen de fraternidad y solidaridad con lo de abajo; porque, para lograr su objetivo, que no es otro que derrocar al poder y ocupar su lugar, necesitan del apoyo y del sustento de los de abajo. Al menos, esto es lo que nos enseña la historia. Nunca ha sucedido que, tras la revolución, los de abajo pasaran a ser los de arriba, y los de arriba, los de abajo; ni tampoco ha pasado que dejara de haber un arriba y un abajo, y después un más abajo todavía, que empuja hacia arriba a los de en medio... Y creo que esto será así mientras esa clase media juegue a la doble moral: la de solidarizarse con los de abajo sin renunciar a sus privilegios, cedidos por los de arriba; esto es: comprometerse sólo ideológicamente, y no materialmente.

478 · Todo esto está relacionado con no renunciar al "progreso": la clase media que hoy inunda el mundo con su ideología humanitaria y solidaria y que es crítica con el poder, imagina un "mundo mejor" en el que todo sigue básicamente igual; salvo que, presumiblemente, ya no tendrán a nadie por encima, y prometen que no tendrán tampoco a nadie por debajo. Lo ingenuo es pensar que se puede sostener y globalizar el nivel de vida de nuestra actual clase media sin tener a nadie por debajo. Nosotros vivimos así a costa de quienes hoy están por debajo. Si eliminas a los de abajo, nuestra forma de vida pierde su sustento. Mientras el objetivo social siga siendo tener teléfonos móviles, un home-cinema en casa, vehículo propio, el armario lleno de ropa, manteniendo el crecimiento y el desarrollo científico y tecnológico, etc., las vidas de los seres humanos seguirán teniendo un valor asociado fundamentalmente a su productividad, y es eso lo que nos convencerá de la necesidad de seguir teniendo esclavos... Si esta clase media solidaria llegara alguna vez al poder, en ese momento empezaría a matizarse su solidaridad. Quienes tras la justa revolución queden arriba de la montaña, no dudarán en ejercer desde ella su dominación, pues ningún animal duda a la hora de disfrutar sus privilegios.

479 · Y podrá decirse, en contra de esto, que una "nueva educación moral" podría cambiarlo todo, para que ese animal humano dejase de ser tan animal, volviéndose realmente solidario y altruista aun ocupando las cumbres del poder. Lo que esta idea no comprende es que la moral es una herramienta en manos del animal, y no al revés. La ideología solidaria de la clase media para con los de abajo es, sin duda, la más cómoda (pues no implica renunciar a ninguno de sus actuales privilegios) y, curiosamente, también la más adecuada desde el punto de vista estratégico: con su ideología solidaria demonizan a los que están por encima y, a la vez, se guardan las espaldas para cuando los de abajo estallen, reconociéndose como sus aliados. Los miembros de la alta burguesía francesa fueron quienes inundaron Europa con su nueva ideología y su "nueva educación moral", quienes alentaron a las masas e hicieron rodar cabezas, y proclamaron la República bajo sus célebres consignas de "igualdad, libertad y fraternidad"; pero, una vez en el poder, lo ocuparon y lo ejercieron sin miramientos. Y para qué hablar de Stalin.
Pensar que las cosas pueden ser de otra manera..., es pensar muy poco, o muy mal.

480 · La clase media solidaria dice: "Con todo el poder y la riqueza que les sobra a los de arriba, podemos subir el nivel de vida a los de abajo, para que ya no haya más ni arriba ni abajo". La ingenuidad de esto es pensar que el problema de las clases sociales es una pura cuestión de cálculo y de reparto de la riqueza, una cuestión de organización y de voluntad solidaria en el plano económico: "Si los de arriba pensaran como nosotros y fueran solidarios como nosotros, entonces todo se arreglaría, pues ellos darían la riqueza que les sobra para igualar a los de abajo". Ahí se hace visible su primera falacia: "solidarios como nosotros" quiere decir: solidarios ideológicamente, pero no materialmente; aquí todo el mundo es solidario, pero nadie renuncia a sus propios privilegios. "He donado 50 euros para los refugiados sirios"; muy bien, está claro que se te caían del bolsillo. "Soy Amancio Ortega y he donado 1 millón de euros para los niños hambrientos"; muy bien, pero sigues siendo Amancio Ortega. Ser solidario así es tremendamente rentable. El problema de las clases sociales no es consecuencia de un mal reparto; el problema del mal reparto es consecuencia de las clases sociales; y esta inversión de los hechos es crucial: las clases existen porque la vida se impulsa por una insaciable, irracional e inconsciente voluntad de poder, y nos hace estar a unos por encima de otros (al fuerte por encima del débil, al listo por encima del tonto, al sano por encima del enfermo...), y nos hace luchar por mejorar nuestras condiciones o, al menos, nos hace luchar por mantenerlas. No se trata, pues, de ser ideológicamente solidario, ni tampoco se trata de dar limosnas; se trataría de ser uno solidario con respecto al poder (cederles a otros mi poder y no codiciar el poder de otros), pero eso atenta contra los designios naturales de la vida. Y sé que los idealistas piensan que el ser humano está por encima de la vida, pues por medio de la educación moral puede abandonar su animalidad y su voluntad de poder; pero eso sería renunciar a su vitalidad.

481 · No diré tampoco que nadie pueda aprovisionarse de una moral tan fuerte que le haga inmune a los designios de la vida y le haga verdaderamente solidario. La figura del "santo" puede representar bien a esos individuos capaces de renunciar a toda voluntad de poder, renunciando en el extremo a su propia vitalidad. Claro que el santo oscila entre ser un héroe y ser un loco, pero lo seguro es que se trata de una excepción (contando con la demografía actual, hablamos de uno entre mil millones). Uno no puede pensar seriamente en una sociedad hecha de santos (como tampoco en una sociedad hecha de héroes; ni en una hecha de locos).

482 · Releyendo este escrito, veo que 2014 fue un año terrible, y 2015 un año crucial. Hoy borraría casi todas las entradas de 2014: enfrascadas en la discusión política, apestan a idealismo humanista y socialista; grandilocuente, bien razonado y expuesto, pero ingenuo. 2015, empieza en linea similar, pero poco a poco la cosa se va enconando, y el propio discurrir me va dejando sin salidas, empujándome por ásperos derroteros, y poco a poco parece que fui saliendo de esa ingenuidad. Entonces he pensado que atravesar ese 2014 fue importante. No es fácil escapar a la ingenuidad que hemos recibido en herencia de tantas generaciones de humanistas idealistas e ingenuos. Incluso flirteando desde joven con ideas nietzscheanas puede uno conservar durante años esa ingenuidad. Pero esto muestra también que aquí hay un camino. Si uno se pone a tirar del hilo, poco a poco, sin prisa y con honestidad, la cosa por sí sola va saliendo. Desde 2016 ya es todo reafirmación.

483 · Esto me hace pensar en el sentido de seguir escribiendo. Puedo incluso pensar que no hay mucho más que decir. Pero también sé que si siguiera y siguiera, simplemente como he hecho hasta ahora, tirando de los hilos, dentro de cierto tiempo notaría nuevos tránsitos. No creo que vaya a volver sobre mis pasos para volver a aquella ingenuidad. Pero quién sabe. Supongo que hay que permanecer alerta...

484 · Hace unos años mi padre me regaló un libro. Debió preguntar en la librería por algún libro que pudiera interesarme: imagino que preguntó por algo que transitara entre la filosofía, el arte la crítica cultural..., y el librero le endosó a mi padre este libro que acababa de ser publicado (2015), cuyo título es bien sugerente (como si fuera un poemario), y cuyo autor (J.C.) es bien conocido en los círculos académicos de la estética y la teoría del arte, al menos en España. El libro tiene nada menos que 1.000 páginas (y son páginas amplias y de letra más bien menuda). Hay ahí mucha tinta. Desde que tuve por primera vez ese volumen en mis manos, desde que sentí su peso por primera vez, me pregunté si realmente este J.C. tendría algo que decir. Cuando uno tiene algo que decir, lo lógico es que lo diga, y que lo diga del modo más claro y más conciso posible. Si para decir lo que quieres decir necesitas 1.000 páginas, a mí me hace dudar, me hace pensar que en el fondo no tienen nada que decir. A día de hoy he leído quizá un 1% del libro (unas 10 páginas; el Prefacio y poco más), y a duras penas llego a entender siquiera hacia dónde va o de dónde viene, qué pretende, ¡qué es lo que nos quieres decir! En cualquier de sus páginas hay al menos 5, 7 o 10 nombres propios destacados de la historia, especialmente de la tradición filosófica y artística (Blanchot, Levinas, Nietzsche, Bataille, Freud, Napoleón, Marx, Benjamin, O. Welles...), relacionándolos vertiginosamente por medio de frases cuajadas de terminología académica y pedante, con citas en el idioma original (francés, por ejemplo) sin adjuntar una somera traducción... Curioso que hacia el final del Prefacio lance una especie de crítica sobre la intelectualidad académica, adoptando esa pose tan vanguardista del "chico malo", e introduzca como cierre un agradecimiento "en otro plano, a M., la mujer cuya presencia y paciencia cotidianas ha dado alas a esta desaforada empresa". Para mí, las 1.000 páginas del libro se derrumban como un castillo de naipes en esa última frase del Prefacio. Estoy seguro de que esa mujer no será capaz de leer este libro agradecido, porque jamás querrá hacerlo (ni leerlo ni entenderlo), y esto el marido lo sabía perfectamente, claro, y por eso su agradecimiento va "en otro plano". Si todo eso que tienes que decir es completamente irrelevante incluso para tu propia mujer, precisamente por hallarse en el terreno de lo cotidiano, entonces considero que ha de ser también completamente irrelevante para mí. Completamente irrelevante en general.

485 · Si tuviera que escribir un libro de "auto-ayuda", éste se limitaría a decir que no hay que fiarse de los libros de auto-ayuda. Y que no te fíes tampoco de los intelectuales... Sigue tu instinto.

486 · Podría añadir en ese libro de auto-ayuda algo sobre no fiarse tampoco de ninguna religión, pero podría llegar a ser superfluo: el religioso ya tiene su libro de auto-ayuda; no creo que buscara el mío. Aún así, creo ahora que uno debería fiarse más de la religión que de la intelectualidad; pues en el fondo la intelectualidad es también una religión, sólo que no se reconoce a sí misma como tal, y por eso es engañosa. La religión, en ese sentido, es mucho más transparente. La religión sólo se pone en ridículo cuando pretende usar la itelectualidad para justificarse, como hacían los viejos teólogos, o cuando pretenden aportar alguna clase de prueba científica. La verdadera religión nace del misterio y se sostiene en el misterio, en una fe no intelectualizada, sino mamada, y ahí es completamente soberana.

487 · Una religión no es mala per se. En todo caso es mala si se posiciona contra mis instintos y cuenta con el amparo de la fuerza para someterme si no la sigo el juego. Como conjunto de creencias, da igual unas que otras, pues todas son falsas al final (inventos del ser humano). Si mantengo unas creencias que me limitan y me dañan, yo mismo debería ser consciente de ello y debería dejar esas creencias atrás. Ese ejercicio de cuestionamiento de las creencias propias no lo realiza todo el mundo, porque los sistemas de creencias no incluyen nunca la auto-crítica que los desmonta. El religioso que, por culpa de su religión, es un infeliz, y no es capaz de culpar a su religión y dejarla atrás..., ése está perdido. Pero si una religión te hace feliz..., no le veo ningún problema.

488 · Muchas veces vomito aquí cosas de las luego me retracto, incluso inmediatamente después de escribirlas. Y me gustaría borrarlas, pero no lo hago. Al final me sirven de contrapunto para seguir tirando de ciertos hilos... Es como dialogar en soledad... Por eso este escrito puede perfectamente perpetuarse.

489 · ¡No lo olvidéis, filósofos! ¡La intelectualidad es algo a combatir!

490 · Una amiga me pregunta por libros de filosofía introductorios, que puedan enseñarla a empezar a pensar y esas cosas que se le suponen a los filósofos. Yo me quedo entonces mudo. Sólo me atrevería a recomendarle a Nietzsche. Trato de convencerla de que el pensar intelectual está viciado y sobrevalorado; que no es el pensar filosófico lo que necesitamos; que ese pensar filosófico e intelectual es algo a combatir, en efecto... Con toda razón, ella debe pensar que cómo puedo decir yo esto, que estudié filosofía y que dedico tantas horas a leer y a escribir filosofía... Y ahí veo claro que mi caso no es el caso. Todavía soy un mal ejemplo.

491 · Creo que el peor error del arte fue aparearse con la intelectualidad. Y digo que el error ha sido del arte, y no de la intelectualidad. El arte se ha convertido en la dócil esposa de la intelectualidad, ejerciendo ésta de soberano padre de familia. El arte busca en la intelectualidad su fundamento, y además quiere hacerse cargo de sus mismas intenciones, contribuir a la intelectualidad. El arte se dedica a "parir" obras que porten los genes intelectuales. Así se ha perdido la esencia del arte, su pureza. Igual que la mujer es más poderosa cuando se mantiene separada del varón (como las amazonas), el arte es también más poderoso cuando se mantiene separado de la intelectualidad.